Trabaja en la Cruz Roja Mexicana de Tuxtla Gutiérrez, su pensión no le alcanza para vivir.
"No, no creo que tenga 73 años de edad", dice Saúl tras salir de la oficina de la benemérita institución en la Quinta Norte Poniente de Tuxtla Gutiérrez. Es que un reportero que lo acompañó, le ha dicho que la recepcionista tiene 73 años de edad. Saúl se muestra incrédulo, escéptico, porque ve a doña Irma más joven y aún laborando. Nadie a esa edad sigue trabajando, porque ya no tiene fuerzas, tampoco necesidad, ya se han jubilado, viven de sus rentas o los mantiene sus familias; pero éste no es el caso de Irmita.
Durante mucho tiempo ella ha sido la imagen de la Cruz Roja Mexicana Delegación Tuxtla Gutiérrez. Al encontrarse en la recepción y ser quien da la bienvenida al visitante, es la primera impresión que causa.
Con diligencia ha laborado durante muchos años en la benemérita institución. Ciertamente ha tenido días malos y otros peores, en que no disimula su emoción y se ha mostrado impaciente con algunas personas que la sacan de sus casillas. "Pero no siempre es así, ni es por gusto", dice el reportero a Saúl, mientras se alejan.
Ella es quien ha asesorado a los que llegan pidiendo el servicio, sea por un certificado médico, por una consulta, por una emergencia o a veces por campañas de lentes a costos bajos.
Lo que pocos saben es que Irmita sigue trabajando ante la falta de una jubilación digna. Después de décadas de servicio, aún no puede retirarse: su pensión no le alcanza para vivir.
Irma, más conocida como "Doña Irmita la de recepción", continúa trabajando jornadas completas en una base local de la Cruz Roja Mexicana, para ser exactos en la delegación de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas al mando del delegado MVZ Angel Tovar y el director General, Humberto Gómez.
Irmita realiza su labor con dedicación y compromiso. Eso contrasta con una realidad preocupante: no ha podido jubilarse porque la pensión que le correspondería es insuficiente para cubrir sus necesidades básicas.
Doña Irmita, como se le dice de cariño, ha dedicado gran parte de su vida al servicio humanitario, asistiendo y ayudando al más necesitado. Sin embargo, a pesar de su incansable labor, el sistema no le ofrece una jubilación justa ni digna.
“Después de tantos años pensé que podría descansar. Pero si dejo de trabajar, no tengo para comer ni para mis medicinas”, declara con tristeza mientras acomoda archivos.
El caso de doña Irma no es aislado. En México, miles de adultos mayores enfrentan condiciones similares: largas trayectorias laborales en sectores informales o de voluntariado, sin acceso a una pensión suficiente, lo que los obliga a seguir trabajando incluso en condiciones extremas.
Sus compañeros la admiran por su fortaleza, pero reconocen que es una situación injusta. “Ella debería estar disfrutando de su vejez, no esforzándose tanto todos los días”, comenta un paramédico joven de la misma base.
Organizaciones civiles y defensores de derechos humanos han hecho un llamado para visibilizar casos como el de la señora Irmita, y exigir una reforma profunda que garantice pensiones dignas para los adultos mayores, especialmente aquellos que dedicaron su vida al servicio comunitario.
Mientras tanto, ella sigue, día tras día, cumpliendo con su deber con una mezcla de cansancio y esperanza. “Ayudar es lo que me da vida, pero también merezco un descanso”, concluye con los ojos llenos de dignidad y un dejo de tristeza.
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