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miércoles, 27 de septiembre de 2017

AYÚDALOS / Perdió su casa, pero no la alegría de vivir

A sus 86 años, Humberto vive solo, con un perrito como única compañía. Sus recuerdos le dan felicidad esporádica. Aunque necesita mucho, dice tenerlo todo. Lo único que necesita es visita, palabras de aliento y un abrazo. 

La puerta de su casa está abierta a todo el que guste visitarlo. Es un decir, porque no tiene puerta, tampoco casa. El techo y la pared cayeron por el sismo y la lluvia. La puerta se la robaron ayer. Y de paso se llevaron su perro, uno de los dos que le hacen compañía. El gobierno ofreció ayudar. La gente lo está haciendo sin ofrecerlo. Y aunque Humberto tiene muchas carencias, dice tenerlo todo. En realidad tiene  gran necesidad de afecto.

Los estudiantes de Ingeniería Civil de conocida universidad privada volvieron a llegar a lo que queda de la casa marcada con el número 634, en la privada de la 8a Calle Oriente, en el barrio San Roque de  Tuxtla Gutiérrez.

El martes levantaron los escombros. Hoy lo subieron a un camión Volteo. Prevén ayudar en la reconstrucción de la casa de don Humberto. El agradece infinitamente esta muestra de solidaridad.

“He sembrado haciendo bien y ahora sin duda estoy cosechando”, dice al resaltar la gran ayuda de la gente.

“Salí en Canal 5, Canal 10. Han venido y me han traído varias cosas”, dice conmovido. Y nos invita a pasar.

Al fondo del terreno de 9 por 18 metros, está un pequeño cuarto. Antes pasamos por su mingitorio y su baño,  No tiene techo ni agua. Un pequeño tanque cuarteado contiene un poco del vital líquido.

En le pequeña pieza de dos por tres metros, hay una pequeña mesa. La llena una televisión vieja. Sobre ésta hay un plato con un pedazo de queso seco.

Sobre el piso están varias bolsas. Unas tienen agua embotellada. Otras despensas. Una colchoneta, un catre y una colcha lucen nuevos.

Humberto casi llora de gratitud. “No necesito nada, pero mil gracias que me han dado esto”, dice.
En realidad le hace falta mucho. El duerme en el piso, sobre una pedazo de espuma. Ahora ya tiene catre y colchonetas nuevas. Pero a Humberto le conmueve la muestra de afecto.

Es precisamente lo que le hacía falta y le sigue haciendo falta.

El sobrevive con el apoyo del gobierno (Amanecer) y con las dádivas de su sobrino Mariano Díaz Ochoa, dos veces presidente de San Cristóbal.

“Tengo familia pudiente. Pero no los veo. Aquí vivo solo, acompañado de mis perros Solovino y Negrito”, dice.

Sin embargo un nuevo dolor embarga su corazón. Ayer martes, alguien llegó a pedir fierro viejo a su casa. Humberto le dijo que buscara si había. Cuando reaccionó, el mal hombre se había llevado la puerta metálica que impedía que sus perros salieran.

Se fueron los dos. Regresó Solovino. Negrito, un Doberman de cuatro meses, ya no volvió. Al parecer alguien lo llevó. Humberto pide que se lo devuelvan. Es su compañía y lo quiere mucho.
Humberto conoció el amor. Tuvo su propio hogar.

De soltero trabajó y vivió unos cinco años en el Distrito Federal. Radicó en la colonia Santa Julia.
“Famosa antes y famosa ahora. Lo del tigre de Santa Julia era por unos grandulones que te agarraban de su puerquito”, dice y sonríe.

Cuenta que trabajó de todo. “Pero me discriminaban por ser chiapaneco. Había uno que siempre me decía ‘Chapita (por ser de Chiapas) o Chamula”.

Agrega que un día no aguantó más y descontó de un solo golpe al agresor.

Cansado de ser rechazado, insultado y discriminado, Humberto regresó a Chiapas. Se casó en Tapachula. Tuvo dos hijos: un hombre y una mujer.

El hogar se desintegró porque ella buscó a otro. La niña quedó con su madre. El niño, con su padre.

José Humberto Díaz Escobar cayó en las garras del alcohol y murió de cirrosis hepática. Descansa en el panteón municipal.

“Mi hija viene cada Todosantos, le trae flor a su hermano y me visita solo esa vez”.

En una esquina del pequeño cuarto, está el altar con las fotografías de su hijo, su madre, su hermano; todos muertos. Una veladora sirve al altar y para alumbrarse por las noches. La Comisión Federal aún no le reinstala el servicio.

“Mi radio viejo me sirve para alegrarme, pero no hay luz. La televisión, pues no agarra señal”, dice Humberto dejando al descubierto su soledad.

Por eso le duele que Negrito se haya ido. Por eso le duele las visitas muy esporádicas de su familia. 

Materialmente puede sobrevivir con el apoyo económico del gobierno, con las dádivas de su sobrino, pero no puede sobrevivir emocionalmente sin la visita de las personas.

Por eso agradece las muestras de cariño, pero las despensas, la colchoneta y el catre no llenarán el vacío de su corazón.

Necesita alguien con quien platicar, desahogarse, contarle de sus logros, como el hecho de haber conocido y saludado como amigo a Juan Gabriel, en sus inicios. “Lo defendía cuando lo molestaban por ser afeminado”, dice.

Cuatro láminas de zinc que están sobre el piso pueden servir para el techo de su baño.
Pero para reconstruir su casa, Humberto necesita mucho más que la buena disposición de los estudiantes de ingeniería. Falta mucho más que el ofrecimiento del gobierno.

Pero no le preocupa. Si no se puede levantar de nuevo la pared y el techo, piensa vender el terreno. “Y me iría por ahí con mis perros. No, solo con el Solovino, el Negrito no creo que regrese”, dice.

Vuelve a dejar en claro que a sus 86 años de edad, poco le importa lo material. “Quiero disfrutar de una buena comida, en un buen restaurante. Ahorita que estoy vivo”, dice.

Su cumpleaños es en marzo. Pero él no es “loco”, aclara. De sus 86 primaveras, casi ninguna nadie se ha acordado.

Por eso al reiterarle qué necesita, dice que nada. Lo tiene todo. En realidad no lo dice, pero es obvio que le falta cariño, compañía, visita, ser escuchado y abrazado.

Si usted tiene tiempo, una palabra de aliento para Humberto Díaz Morales, no dude en visitarlo. No tiene teléfono. Le regalaron uno, pero nunca nadie le llamó. Lo tiró en un rincón de su cuarto.

Sobre la pared de su pequeña pieza habitacional, Humberto tiene una imagen de la Virgen María, la del Papa Juan Pablo II y dice: “La fe mueve montañas”.

Así, tiene fe que regrese su perro Negrito. Confía en que el gobierno cumpla lo ofrecido. Espera que la gente lo visite para darle un poco de su tiempo.

La puerta de su casa está abierta a todo el que guste visitarlo. Es un decir, porque no tiene puerta, tampoco casa. Se derrumbó su vivienda, pero no su alegría de vivir.

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