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lunes, 1 de octubre de 2018

CD MX / Tlatelolco, del 68 al 2018

Cuando se dice que el México en el que vivimos hoy es consecuencia del movimiento del 68, hay sentido en ello, refiere el Premio Crónica, Antonio Lazcano, pero no por las razones más superficiales, sino que va más allá de la justa reinvindicación por una democracia

Con el movimiento estudiantil en desarrollo, Antonio Lazcano Araujo y un grupo de amigos tomaron la palabra en un mercado para realizar un mitin y hablar sobre la injusticia y la represión que se desencadenaba en contra de los jóvenes. Los preparatorianos no lo advirtieron, pero su enemigo natural reptaba entre los puestos, asechaba. Instantes después, los adolescentes fueron rodeados por el tipo de granaderos que materializaba sus más grandes temores. “Me conmovió mucho ver cómo las personas del mercado se pusieron entre los granaderos y nosotros para que pudiéramos salir por otro lado”, relata Lazcano (Premio Crónica) en entrevista, entonces estudiante de la Preparatoria 1, quien recuerda el suceso de 1968 como uno de los momentos torales de su vida.
Antonio Lazcano es uno de los biólogos mexicanos más reconocidos en el mundo, investigador del origen de la vida, miembro de El Colegio Nacional y uno de los más importantes intelectuales del país, quizás el más sencillo y accesible de todos. El movimiento del 68 fue para él una revelación política y social que sólo con el paso de los años logró comprender; fue un joven que quedó maravillado por los discursos de los líderes del movimiento y asustado hasta la médula por el daño que podía causarle el sistema represor y la policía.
El joven había vivido alejado de la realidad social del país y si bien sabía que quería ser científico, por lo que estudió en la Preparatoria 1, en San Ildefonso, el conocimiento de ésta comenzó a su llegada a este centro de estudios y al Zócalo capitalino.
Proveniente de una familia sin filias ni fetiches políticos, Antonio Lazcano dice que fue su preparatoria la que lo preparó para el 68. Nunca había participado en ningún movimiento ni acto político, los cuales estaban lejos de su imaginario; sin embargo, la realidad lo tomó de la mano y gradualmente lo llevó a un camino para nunca más permanecer ajeno.
Un día, mientras se dirigía hacia su escuela, recuerda haber caminado por detrás de Catedral, a la altura de la Capilla de las Ánimas, y le sorprendió el silencio ominoso que había en la calle, dice. Vio una enorme cantidad de fragmentos de ladrillo y polvo rojo con el que estaba tapizada la calle de Guatemala, un escenario inusual que lo acompañó hasta la Preparatoria 1, donde después supo que había habido un enfrentamiento de estudiantes con la policía.
Veía a compañeros suyos que militaban desde el Partido Comunista hasta el trotskismo, con espíritus reflexivos. Sabía que Demetrio Vallejo y Siqueiros estaban presos y la obscenidad que significaba que alguien fuera encarcelado por razones políticas. Recuerda cómo se incrementaba la atmósfera de lucha y comenzaron la organización de brigadas que salían a la calle, a las plazas, a los mercados. Ahí descubrió el terror que podían sentir al hablar en un mitin mientras la efervescencia de la represión crecía paralelamente.
“Veía la represión de la policía contra mis compañeros, me tocaron corretizas; me conmocionó mucho la manifestación encabezada por Javier Barros Sierra… Enterarme del bazucazo en mi escuela fue algo que superó cualquier pesadilla que pudiera tener a los 18 años. En retrospectiva, me golpeaba mucho, pero no lo hacía a través de un análisis político; también me sorprendió la consternación de mis profesores, quienes no sabían qué hacer, tenían una preocupación seria por los estudiantes y la Universidad y nos la trasmitían. Decían que la Universidad estaba en riesgo, pero era el país el que estaba en riesgo por la represión”.
A medida que ésta se incrementaba, añade, la atmósfera era como la había narrado en algún momento Luis González de Alba, festiva. “Se mezclaba con la incertidumbre de saber hacia dónde iba todo”. Hay una sensación que no olvida: después de haber marchado por Reforma y entrado al Zócalo, una sensación de agitación, pero sin miedo. “Era una sensación de felicidad, triunfo y asombro… Ver las luces encendidas de Catedral, oír las campanas, ver la maravilla que es el Zócalo y sentir que uno era dueño de la ciudad, es una sensación que no he olvidado y que compartíamos”.
“Rompíamos con la disciplina de las clases, teníamos un temor creciente a los granaderos y veíamos a los policías armados con garrotes, quienes nos podían hacer daño. Era una mezcla confusa, pero también una sensación de camaradería enorme, que volví a sentir en el 85”, otro de los momentos torales que definieron al biólogo.
Marchar con sus maestros era raro. En las marchas o mítines se generaban además lazos de amistad con otras personas que a veces duraban sólo a lo largo del acto, pero eran muy intensos, dice. Poco a poco tomó consciencia del carácter brutal y represivo del presidente Gustavo Díaz Ordaz y de que había un México muy injusto del cual había permanecido ajeno. Lo que tardó más en entender era el ambiente tan antidemocrático que se vivía.
“En su momento no comprendí a cabalidad lo que el 68 significó porque estaba sumergido como un estudiante más en lo que estaba ocurriendo”. Después, vino la matanza de Tlatelolco, un acto al que no asistió. “Pero mis amigos sí”. No conoció a nadie que haya desaparecido, refiere, pero sí a muchos que estuvieron ahí, quienes contaron su angustia y horror.
Aunque se buscó silenciar lo que ocurrió ese día entre la población, los rumores crecieron hasta volverse un grito fuerte ante el que nadie permaneció impávido. Se preguntó entonces “¿qué país es éste?”. Hay una pesadilla que lo siguió desde entonces: Soñaba cómo se estancaban ríos de sangre mezclada con el tezontle con el que estaban construidos los edificios del Centro Histórico, como aquel día cuando caminaba junto a la Capilla de las Ánimas. La imagen de ese terciopelo de piedra con el otro rojo intenso de la sangre le cimbró el corazón.
El movimiento estudiantil de 1968 sacó a Lazcano del confort en el que se encontraba, momento que coincidió con un tiempo en que, como en todos los adolescentes, hay otros despertares: sociales, estéticos, sexuales, políticos, y el enfrentamiento consigo mismos.
Después del 68, ya en la Facultad de Ciencias, formó parte de un comité por la libertad de los presos políticos, fue a Lecumberri a visitar a aquellos detenidos por sus convicciones políticas. Ideológicamente su actitud cambió después del 68, puesto que la represión fue un bofetón brutal, dice, “un culatazo que se le dio a toda la sociedad mexicana”.
Algo más que Lazcano no olvida del movimiento son sus líderes, muchos de ellos personas deslumbrantes, algunos de los cuales vio en la cárcel. Personajes como La Nacha Rodríguez, Luis González de Alba, Gilberto Guevara, Marcelino Perelló, Raúl Álvarez Garín, entre otros. “Terminaron con mucha distancia entre sí, con distintos proyectos políticos, conflictos fuertes e incluso con actitudes muy tristes hacia el final de sus vidas, como Perelló. Pero prefiero acordarme de ellos como una generación muy luminosa. Cuando los veía a distancia me impresionaba la luminosidad de su discurso, la claridad de sus palabras, la sensación de rebeldía encarnizada en esos jóvenes, que veía con un asombro total”. Olvida sus diferencias y se concentra en la imagen de ese muchachito de prepa que los vio en mítines y quedaba deslumbrado por sus palabras, en medio de ese ambiente festivo, alegre, irresponsable, pero generoso en el fondo.


EL MÉXICO DE HOY
Cuando se dice que el México en el que vivimos hoy es consecuencia del movimiento del 68, hay sentido en ello, refiere Antonio Lazcano, pero no por las razones más superficiales, sino que va más allá de la justa reinvindicación por una democracia.
La libertad de los presos políticos dejó de ser una idea abstracta, cobró rostro y forma en los detenidos del 68. Había exigencias de personas como Rosario Ibarra, para dar luz a los desaparecidos; reivindicaciones que demandaban los grupos homosexuales; críticas al régimen cubano y atisbos de lo que sería un énfasis del clamor ­real de vivir en un país democrático.
“Hay una continuidad en el México de hoy, pero me parece injusto que personas como Andrés Manuel López Obrador u otros dirigentes políticos actuales se reclamen herederos del 68. Ahora es claro que existe un escenario que habría sido imposible sin el 68”.
Este momento de la historia de México permitió ver las rasgaduras de ese disfraz de desarrollo sostenido que el gobierno decía tener; sin embargo, no se exigieron los derechos para las etnias ni los reclamos a las libertades plenas de la mujer. No obstante, vendrían poco después, puesto que el ambiente dejó inquietudes que permitieron el desarrollo de ideas y perspectivas novedosas, apunta.
También generó un cambio en el estereotipo que se tenía de la juventud, señala Lazcano Araujo, que en el cine era reflejado por estudiantes con copetes erguidos por vaselina bailando rock and ­roll. Se volteó a verla como una esperanza de renovación social, añade. Si bien los jóvenes no eran la única clave para replantear el tipo de modelo de país que se quería, eran parte importante de las consecuencias de lo que ocurrió en México y en todo el mundo después de ese año. “Se tomó conciencia de que la política no era sólo para los políticos, sino algo donde todos podíamos opinar a través de una forma democrática”. Se arrebató a la clase política el privilegio de opinar hacia dónde tenía que ir la sociedad.
A finales de esa década, la sociedad se identificaba por medio de bloques, eso permitía claramente saber de qué lado estaba la gente, no obstante, se perdió gradualmente, apunta. “Después de ello, ha habido una falta de claridad de hacia dónde ir, con excepción de la democracia, que es en lo que la mayor parte coincide”.
Actualmente, la UNAM, la principal casa de estudios del país, ha sido objeto de una desestabilización política y sus estudiantes, de una represión orquestada que no había sido observada desde hace mucho. Sin embargo, no se puede establecer una relación histórica directa con el movimiento del 68, apunta Lazcano, aunque eso no hace menos genuinas las demandas e insatisfacciones de los estudiantes universitarios.
“Las imágenes de los porros atacando a los estudiantes del CCH nos recordaron visualmente las imágenes de los ‘halcones’ del 71, con la misma actitud y producto de un reclutamiento realizado por actores políticos. El salvajismo con el que fueron atacados justifica plenamente la respuesta de los estudiantes, quienes ahora enfrentan un contexto diferente al 68.
“Antes no había cuerpos que colgaran de puentes peatonales en Nonoalco (Tlatelolco), ahora sí. De las protesta de los jóvenes contra la violencia deriva un clamor interno y una inquietud que subyace en toda la sociedad mexicana, de la sensación de una violencia sorda y fuerte que nos golpea cotidianamente”.
En México, añade, se mantiene la contradicción de que los jóvenes son parte de una minoría que no lo es, pero que siempre es sistemáticamente reprimida. Ahora vive con miedo a la policía, a la narcoviolencia o a no tener un futuro claro.
Por otra parte, puntualiza, para analizar lo que pasa actualmente en la UNAM es indispensable conocer las manos políticas que estuvieron detrás de la agresión: “Claramente es una provocación que busca desestabilizar a la Universidad, la idea de una transición política pacífica y atacar cierto proyecto de universidad pública”.
El país vive una transición política en medio de la conmemoración del movimiento del 68, de los sismos de 2017, entre el problema de inseguridad, y las promesas, contradicciones y eclecticismo del próximo gobierno. Si se avizora una salida hacia un escenario más promisorio, dice Lazcano, tendrá que ser por medio de la población y de sus izquierdas sociales y culturales, más que de las izquierdas políticas. Así sucedió en 1968,1985 y 2017. (Fuente CNN)

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