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viernes, 2 de abril de 2021

VIERNES SANTO.... ¿QUÉ MATÓ A JESÚS?



Eva estiró la mano, comió del fruto prohibido. Luego le dio a su esposo Adán, quien también comió. Un solo acto bastó para dar paso a una serie de calamidades: dolor, enfermedad, guerras, violencia, hambre, muerte. Todo a causa del pecado. Pero Dios en su infinito amor no desechó a sus criaturas caídas. En vez de eso puso en marcha el plan de redención.
Misterioso plan de salvación que la mente finita del ser humano no alcanza a comprender. Ni siquiera los ángeles lo pueden entender. De hecho, en la eternidad los redimidos estudiaremos una sola materia en la universidad del cielo: la ciencia de la salvación. Ni la misma eternidad alcanzará para comprender por qué, cómo Jesús aceptó pagar el precio de tu rescate y el mío.
El momento llegó. Los ángeles del cielo están sorprendidos. Deben despedirse de su Señor. Pero esta vez es diferente. No viene a la tierra a través de las nubes, sino por medio del vientre de una mujer, una humilde campesina de Galilea. En un segundo, Dios omnipotente se convierte en un embrión. El majestuoso Creador del universo es ahora un diminuto óvulo fecundado. Aquel que sostiene a todos los mundos con su poder ahora depende del cuidado de una jovencita llamada María.
Jesús nació. No fue un 25 de diciembre, como lo celebra el mundo. No importa la fecha verdadera, lo importante es que nació para salvarnos. Se humanó por ti y por mí. Dejó su trono de gloria, la adoración de los ángeles para nacer en un humilde y maloliente pesebre.

“Y el Niño crecía en gracia y estatura para con Dios y los hombres”. Jesús comía, dormía, sudaba, se cansaba. Era tan humano como tú y como yo. Por eso le encantaba auto denominarse Hijo del hombre en vez de llamarse Alfa y Omega, Príncipe de paz, Admirable consejero Dios fuerte.
Jesús, el Hijo del hombre, está en su carpintería. De repente se martilla un dedo. Exclama de dolor y se chupa el dedo golpeado. Luego guarda sus herramientas, se despide de su madre y coloca un letrero que dice: Cerrado definitivamente.
Jesús ya no será más el carpintero de Nazareth. Es que Él no vino a la tierra para hacer muebles, sino a salvar a la humanidad perdida.
Inicia su ministerio público. Juan el Bautista lo presenta como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Durante tres años y medio, Jesús predica, enseña y sana. Un día su amigo Lázaro muere. Jesús llora ante la tumba de piedra. JUAN 11:35. El versículo más corto de la Biblia, pero el más extenso en significado, porque revela que Jesús era tan humano como cada uno de nosotros. Muestra que Él entiende tu dolor, que ve tus lágrimas y no sólo eso, sino que llora junto contigo, porque te ama, porque es tan humano como tú y como yo.
Durante los tres años y medio de ministerio, Jesús sufre el acoso de Escribas y Fariseos instigados por Satanás. Llega el clímax del sufrimiento. Judas, con un beso y por 30 monedas de plata traiciona a su Maestro. Jesús es aprehendido. Todos huyen. Lo dejan solo.
Antes, Jesús había sudado sangre en el Gethsemaní. La tensión por la pesadísima carga pecaminosa de todo el mundo era tal, que los vasos sanguíneos de Jesús explotaron, literalmente.
El Dios todopoderoso encarnado en hombre tiembla y angustiado exclama: “Padre, si quieres, si puedes, si es posible, pasa de mí esta copa”. Tu salvación y mi salvación, la de todo el mundo, se tambalea en las temblorosas manos del Redentor. Satanás lo incita a claudicar. Le dice que no vale la pena seguir. Le muestra a los millones de ingratos, malagradecidos que no valorarán su sacrificio.
Pero Jesús aparta sus ojos de esta escena y también ve, con ojos proféticos, a sus hijos que serán agradecidos. Te vio a ti y a mí y decidió beber la copa amarga. “No se haga mi voluntad sino la tuya”, exclamó. La batalla fue ganada. Amén.

JUAN 3:16. Todo lo hizo por amor. A Jesús nadie lo obligó. Tomó la forma de siervo de forma voluntaria, se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz.
Jesús es azotado, escupido, abofeteado, escarnecido. Finalmente lo desnudan totalmente y lo crucifican ante la vista de todos, incluso de su madre. Sus labios se abren en 7 ocasiones. Una de ellas fue para decir “sed tengo”. Aquel que con poder abrió la roca y dio agua en el desierto a dos millones de israelitas sedientos, ahora tiene sed porque es tan humano como tú y como yo.
Tras una breve pausa, el sufriente Redentor vuelve a abrir sus resecos, pálidos y temblorosos labios. “Padre, por qué me has desamparado” es que Dios había escondido su rostro para no ver la desnudez y el sufrimiento de su Hijo, pero sobre todo porque el pecado es horrendo ante la vista de un Dios Santo y ahora Jesús está cargando con los pecados de toda la humanidad, lo que abre un abismo de separación entre el Padre y el Hijo, que siempre habían sido Uno desde la eternidad.
¿Qué mató a Jesús?
No fueron los clavos, ni las espinas, ni la sed, ni la lanza en su costado. Fueron tus pecados y los míos, los de todo el mundo, lo que desgarró el sagrado corazón de Jesús. ¿Sabes? La muerte de Jesús fue terrible porque Él, sólo Él, sufrió la muerte segunda, para que tú y yo NO tengamos que padecerla.
En un cuadro, un pintor dibujó a Jesús sufriente y escribió en la parte de abajo, “esto hice yo por ti… ¿qué has hecho tú por mí?
En GÁLATAS 2:20 el apóstol Pablo escribió: “Con Cristo estoy juntamente crucificado y ya no vivo yo, más Cristo vive en mí…” esa es una respuesta de amor. El amor no se paga, pero sí se corresponde.
¿Quieres corresponder hoy al inmenso amor de Dios?

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