Roberto y Enrique llegaron al techo de México, la cima del Citlaltépetl. Tocaron la gloria, cerca del cielo. Vieron como nunca la estrellas. Tú también puedes llegar. Hay un sitio en la cumbre.
La segunda fue la vencida. Mochila lista a media sala de la casa ubicada en la colonia Pedregal San Ángel. "Dios mediante llegaré a la cima, mi hermano", dice el mensaje enviado...Y llegó al techo de México, la cumbre del Citlaltépetl. "Estuvo mortal, muy mortal. Gracias a Dios llegamos", es el segundo mensaje enviado varias horas después. "Siempre hay un sitio en la cumbre. Con paciencia y perseverancia, tu también puedes llegar", diría Roberto al pisar sobre 5 mil 636 metros sobre el nivel del mar.
Enrique Ramírez y Roberto Reynoso, decidieron subir juntos al punto más alto de México. Aquél de Texcoco y éste de Chiapas, ambos de la IASD.
El guía elegido se llama Sergio Hernández, el mejor y más recomendado, contactado en el Estado de México. El les sugiere Tlachichuca, la mejor ruta para subir. Y parten en un vehículo 4 x 4 al refugio.
Ingieren la última comida formal. De ahí en adelante serán puras barritas e hidratación.
El ascenso más largo también inicia con un paso. Fueron miles de pasos llenos de fatiga durante 10 horas y 30 minutos, venciendo frío, nieve y a ellos mismos.
Acampar a bajas temperaturas, conquistando paso a paso al Citlaltépetl, mejor conocido como Pico de Orizaba, el punto más alto de México, es inenarrable. Y saludable. Casi 10 mil calorías quemadas durante el ascenso.
Descarga de adrenalina por la emoción y nerviosismo, desde el momento de estar al pie del volcán, durante el penoso ascenso hasta pisar la cima.
El esfuerzo es físico y mental. Las nubes y nieblinas envuelven en la magia de la naturaleza son parangón.
El primer tramo es del llamado Acueducto. Siguen el 1o y 2o nido. Y posteriormente el tramo más temido llamado "Los laberintos". Es que la ruta se borra por la nieve y el hielo, por lo cual es fácil perderse. Es muy, muy peligroso aventurarse sin conocer el lugar, de ahí la importancia de un buen guía y Sergio es de los mejores. "Altamente recomendado", dice Roberto. Los guías son expertos que se orientan con las rocas.
Pasado el Laberinto, comienza lo más difícil: el glaciar de Jamapa, es un sitio más inclinado. Es el último glaciar que queda podría desaparecer en 10 años. En ese tramo hay que hidratarse cada media hora y tomar receso de dos minutos.
Amanece y lo que es ventaja por mirar bien donde se dará el paso, se torna desventaja si se llega a mirar hacia atrás o hacia abajo. Los montañistas están a más de cinco mil metros de altura.
Caer desde ahí es una muerte segura. Incluso desde antes. Las cruces sembradas en el trayecto así lo confirman.
Por eso está prohibido mirar atrás. Por eso suben de noche. Por eso se requiere equipo especial. Por eso se exige preparación física y mental previa. Por eso el guía les enseña técnicas y el uso del equipo para anclaje.
Sergio, el guía, dice que antes de subir el Citlaltépetl, se debe escalar el punto más alto de tu estado. Roberto ensayó subiendo el Tacaná en Chiapas.
Sólo faltan 200 metros para la cima. Duele la cabeza, falta el aire, hay náusea, mareo vértigo. Es el mal de la montaña. La medicina es bajar, pero imposible hacerlo estando tan ceca de la cumbre.
Roberto apenas puede dar pasos de 30 centímetros. Da uno y se detiene. Está fundido. Pero es aquí donde se requiere fortaleza mental para sobreponerse a la debilidad física.
Roberto y Enrique están más cerca del cielo que nunca, que nadie. Durante la noche admiraron la Vía Láctea. Parecían tocar las estrellas.
Tras saborear la victoria, sigue el descenso. La cima es apenas la mitad del camino. Descender no es menos peligroso que el ascenso. Ya es de día y se baja mirando hacia abajo.
"Valió la pena", dice Roberto. Y dice que viene algo más. Seguirá y proseguirá. Proseguir es seguir a pesar de las caídas. Es llegar a una cumbre sólo para descubrir que hay más cumbres que alcanzar.
Recuerda: siempre hay un sitio en la cumbre y tú también puedes llegar.
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