Rodolfo, de 78 años de edad, ha sufrido accidentes muy dolorosos por no ver. Desengaños también le duelen. Pero ha descubierto tesoros intangibles e insospechados.
Camina muy despacio y no es por los 78 años de edad, aunque eso pesa. Tampoco es por algún impedimento en las piernas. Es debido a su ceguera. Perdió la vista hace cuatro años y desde entonces dar un paso significa un gran sacrificio: Ha sufrido accidentes muy dolorosos. Aún así, cada tarde noche llega al Centro de la capital chiapaneca a mezclarse con cientos, miles de personas. Lo hace por necesidad... Al perder la vista recobró la visión. Él es Don Rodolfo.
Un joven corre a su lado, lo toma del brazo y lo acompaña a caminar sobre la 4a. Sur. Lo toma en la esquina de la 1a. Oriente, lo ayuda a subir la acera y a media cuadra lo deja para que camine solo, sobre la banqueta.
Apoyado con un sencillo bastón el septuagenario golpea la orilla de la guarnición o la pared mientras avanza lentamente. A veces golpea a un peatón y se disculpa.
— Perdón. No veo. —Dice, aunque es muy obvia su discapacidad.
Y justo cuando el joven lo deja a media cuadra, otro voluntario de mayor edad se suma para apoyar al anciano a caminar. Es que ve que se acerca a un paso estrecho entre un poste de luz y un aparato de parquímetro: el hombre se puede golpear.
También hay un pequeño agujero en el piso de la banqueta, donde el hombre puede tropezar y caer. Así que el peatón humanitario ayuda al hombre.
Rodolfo agradece, "Dios le bendiga, Dios le bendiga", repite. Y le hace plática rápidamente.
—Siempre hay hijos de Dios que me ayudan. Dios nunca me abandona. Él sabe que estoy necesitado y siempre me manda gente de buen corazón. Ya voy a llegar a la tortillería, ahí siempre me regalan un poco —Dice mientras caminan lentamente.
Rodolfo tiene razón. Llega a una tortillería. Ya son casi las 8:00 de la noche, pero siguen trabajando. Rodolfo ingresa con mucha dificultad, ya tiene de memoria la calle y tiene medidos los locales y sabe dónde es la tortillería aunque no esté funcionando la máquina.
Saluda, espera que terminen de despachar y pacientemente aguarda para que la despachadora le entregue su tortilla. Le dan medio kilo. Rodolfo sale del local muy agradecido. Y Empieza su caminar hacia la Calle Central, apoyado por el peatón voluntario.
—Es una hija de Dios que siempre me regala tortilla —dice. Y le desea la mayor de las bendiciones.
Aunque sólo falta media cuadra para llegar a la Calle Central, a Rodolfo le lleva mucho tiempo para alcanzar la esquina. Y tiene suficiente oportunidad para explicarle a su espontáneo amigo lo que le ocurrió.
—Tuve un accidente. Un automóvil me atropelló. Quedé muy mal, se me quebró la mano y me tuvieron hospitalizado en el IMSS. Fue un calvario. Difícil recuperación, el IMSS de acá es muy malo. Nada que ver con el Seguro Social de Villahermosa o de Veracruz. Ni siquiera porque Zoé, el director General, es de Chiapas, no se aplica para mejorar el IMSS en Chiapas — dice molesto Rodolfo.
Por desgracia después de esa vez tuvo necesidad de estar internado. Rodolfo tuvo que volver.
Y es que, dice, a causa de su ceguera, mientras caminaba sobre la acera de la 9a. Sur, a la altura del mercado de Los Ancianos, cayó en un registro sin tapa. Estaba profundo. Casi tres metros
— Caí parado. Me quebré la pierna y la cadera. Dos meses tuve que estar internado de nuevo en el IMSS.
Por eso varias personas lo apoyan a caminar. Porque Rodolfo se ha accidentado varias veces, y aunque varios no lo saben, intuyen que por su ceguera puede tener accidentes y lo acompañan en su lento caminar. Lamentablemente, ese día no hubo quien acompañara a Rodolfo y cayó en ese hoyanco, sufriendo esa terrible lesión.
Rodolfo vive con una de sus hijas por la colonia Lomas del Oriente en Tuxtla Gutiérrez. Ella le da la comida. Pero Rodolfo no quiere ser una carga, así que sale a pedir cada tarde o noche al centro de Tuxtla. Llega al mercado Los Ancianos. De ahí toma la Ruta 35 y baja en el Centro.
Es complicado para alguien que no ve caminar entre la gente y los autos en el centro de Tuxtla Gutiérrez. Rodolfo es valiente y se atreve a hacerlo cada día.
Por fin llega a la esquina de la Calle Central y 4a. Sur. Pero se ve cansado. Han sido más de 25 minutos para llegar de la 1a Oriente a la Calle Central. Una sola cuadra que implica un gran esfuerzo para Rodolfo. Se toca la cintura, luego se lleva la mano entre las piernas.
—Tengo una hernia muy grande, me duele. Tengo que descansar cada cierto tiempo que camino.
También teme que tenga cáncer de próstata, dice.Por eso se ha detenido a descansar. Su acompañante lo espera.
Sigue explicando que él trabajaba en Comisión Federal de Electricidad. "Estuve en las obras de las presas Peñitas, La Angostura y Chicoasén", asegura Rodolfo. "Soy electricista. Pero con el accidente perdí la vista hace 4 años. Y ya me pensionaron", asegura.
Lamentablemente no recibe el beneficio él, sino su pareja. Y aunque su hija le da la comida, él se siente gravoso y no quiere ser una carga, por eso sale a buscar apoyo cada día, cada tarde, cada noche. Aunque eso implique riesgos de sufrir nuevos accidentes.
Es complicado para Rodolfo moverse al no ver. Pero se ha ido acostumbrando y recalca que gracias a Dios siempre hay personas que le ayudan a caminar. Anoche fueron tres personas las que lo apoyaron, incluyendo un niño que lo acompañó sobre la Calle Central, desde la Cuarta hasta la Quinta Sur. Sus padres accedieron a que el niño lo apoyara.
Rodolfo agradece y bendice también a este niño que amablemente le ha servido como Lazarillo voluntario por algunos metros.
Rodolfo por fin llega a la parada del colectivo de la Ruta 33. Lo aborda. Desciende al llegar a su colonia y entra a casa. Bendice a su hija que amablemente le da alojo y comida.
Rodolfo, antes de despedirse de su amigo con quien dialogó ampliamente, le ha dicho una gran verdad. Al perder la vista física recobró la visión espiritual. Sí, luego de quedar en tinieblas, literalmente hablando, pudo darse cuenta de lo que realmente vale la pena.
Ahora más que lo material, valora las relaciones. Valora a la gente que lo apoya, quiere y acepta como es. Ahora se le han caído las vendas de los ojos y ha visto la calidad de personas que decían quererlo y lo abandonaron.
Rodolfo quedó ciego, pero recuperó la visión del alma. Y eso es lo más importante. Rodolfo no emite una sola palabra de queja o lamento por su ceguera. Siempre agradece: agradece a Dios por cada día que le concede. Agradece cada bocado de pan que puede ingerir. Agradece a su hija profundamente, agradece a cada voluntario que le sirve de guía. Agradece a los choferes del colectivo que le cobran la mitad de pasaje, 4 pesos. Agradece todo y por todo. Es el espíritu correcto, esa es la visión del alma. Esa es la que importa más que la vista física.
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