PERSONAJE / Historias afiladas que hacen sangrar… y llorar - El Centinela MX

NOTICIAS

Post Top Ad

¿Te interesa uno de nuestros espacios?

Post Top Ad

Anuncios

viernes, 17 de enero de 2020

PERSONAJE / Historias afiladas que hacen sangrar… y llorar


• Mario hace amigos y cuenta sus historias mientras afila machetes, cuchillos y tijeras, por las calles de Tuxtla.

Sus ojos verdes, enjutidos por el paso y el peso de 76 años, se cierran solidarios y automáticos para impedir el escape de las lágrimas traicioneras. No lo consiguen. El dolor interno es grande y el manantial de emociones fluye cual volcán en erupción. Y la presión, aunque desgarra por dentro, libera por fuera. Mario se desahoga narrando parte de su vida…
Sus manos tiemblan por un momento, pero luego se afianzan firmes del machete herrumbrado.

- Esta marca es buena. El palo no le hace nada. Los de ahora se doblan al cortar.
Sus ojos, pequeños pero aguzados, ven perfectamente las pequeñas letras sin necesidad de lentes. Mario es afilador desde hace 18 años. Hoy está cumpliendo la mayoría de edad con ese oficio y de estancia en la capital chiapaneca. Mario es oriundo de Frontera Comalapa.
Mientras el machete hace contacto con la piedra (esmeril) sacando chispas, Mario jala aire como si fuese a ingresar al fondo del mar en busca de la perla preciada del pasado.
- Vine a Tuxtla por enfermedad (de su mujer)
“Estaba embarazada. Era nuestra primera hija. La partera (muy buena por cierto), de Guatemala, la atendió, pero a la hora mi mujer se acobardó y la partera también. No se pudo.

Le hablé a mi compadre para que me llevara en su carro a Moto (Motozintla). ‘Deme chance compa, voy a comer un poco’ me dijo. En eso llegó mi cuñado, buscó un taxi y nos fuimos. La niña ya estaba muerta”.
A la esposa de Mario le hicieron cesárea para sacar a la bebé muerta. En esa acción se les pasó la mano y el bisturí a los galenos. Le cortaron la vejiga a la mujer de Mario. Ella sangró durante mucho tiempo. Padeció dolores fuertes. Mario iba a lavar los trapos ensangrentados de su esposa al arroyo, de noche.
Al ver que su esposa no mejoraba, vino a Tuxtla. Se hospedaron en una casa de su compadre, en la colonia Las Casitas. Fue a San Cristóbal y varios hospitales. “Tu mujer no tiene nada, es su matriz que está caída, que la cuelgue boca abajo una partera”, le decían los negligentes médicos.
Por estar lejos de su casa, Mario no podía atender su parcela.
- Sembraba maíz, frijol, ajonjolí. Era muy bueno para el campo
Dice al recordar que sembraba 12 hectáreas de su parcela. Sus pies dejan de pedalear el monociclo. Sus manos retiran el machete del esmeril y su mano derecha, temblorosa, enjuga una lágrima que ha salido del ojo derecho.
- Vendí mi parcela, mi casa, mi rifle, mi escopeta. –Agrega con la voz quebrada por la emoción que le produce cavar el pasado.
Es que pagaba multa por no asistir a la junta ejidal. Mejor vendió todo. “Ahora paso por la que fue mi casita (está a la orilla de la carretera y el camión pasa a un lado) y me duele”. Y no es por haberse deshecho de sus cosas que sufre. Es por dejar su tierra, su origen, su vida.
“Iba a linternear, regresaba a las 2 de la mañana con mi venado, armadillo, jabalí… había muchos animales para cazar. Ahora ni en figura los veo”, dice y sonríe.
Para reponerse mientras se enjuga las demás lágrimas de ambos ojos, Mario cuenta que de soltero, acompañó a su vecino al campo. Iba su hija, muy bonita. “Juntamos la carga de maíz en la red. Y cuando pensé que la muchacha iba a detener la bestia y yo iba a subir la carga, fue al revés. Me espanté al ver como la chava subió la carga. Ya no quise decirle nada”, dice y suelta la carcajada.
“Es bonito que las mujeres sepan trabajar como el hombre, pero que no pierdan su femineidad”, añade. Y es que su esposa, con 61 años, con tres hijos (dos mujeres y un hombre) sabe fumigar con bomba, entre otras actividades del campo.
Tras afilar el machete, toma un cuchillo y Mario evoca el momento en que fue asaltado.
- Siempre ando mi machete bien afilado. Una vez por poco y me voy al Amate - Dice
Agrega que iba a la colonia El Refugio, de Chiapa de Corzo. Tres jóvenes se acercaron para pedirle dinero.
- ¡Trabajen, están jóvenes. Vergüenza debería de darles pedir paga! - Les dijo.
- ¿Ah, te vas a poner al tiro, viejito? – Repuso uno de los tres facinerosos.
- Me vale. A ver a cómo nos toca - Asentó. Y acto seguido desenfundó su filoso machete.
Uno sacó su navaja y lanzó el golpe a Mario. No lo hirió. El afilador lanzó el machetazo que pasó a milímetros de la frente del asaltante. Un vecino, al parecer familiar de los asaltantes, los corrió.
- Que te valga, viejo – Dijo como despedida uno.
- Que nos valga - respondió Mario, quien mejor regresó a casa.
Cada día Mario recorre a pie la zona sur oriente de Tuxtla. Con lo que vendió en Comalapa compró un terreno en la colonia 6 de Junio y construyó su casa. En Tuxtla hay unos 10 afiladores. El hijo de Mario, siguió sus pasos y también es afilar en Vicente Guerrero, municipio de San Fernando.

Mario goza de buena salud. A sus 76 años no usa lentes ni bastón. Camina todo el día y, cuando halla un cliente, pedalea. Come carne una vez por mes: Res, pollo y sobre todo pescado. Le gusta mucho la verdura.
Al recordar que hoy es su cumpleaños como afilador, Mario recuerda que un día su compadre Ignacio (de oficio balconero) le dijo que estaba envejeciendo y que debía buscar un trabajo a modo. “Me dijo que fuera afilador. Onde vas a cree. Me va da vergüenza, le dije.
“Me hizo el cuadro (monociclo). Me cobró 10 pesos. Mi primera afilada cobré 1 peso. Ahora por mi aparato me cobran mil 200 y cobro 20 pesos por afilar”.
A veces Mario no gana mucho más que para su comida. Pero es feliz. Ya se adaptó a su nueva casa, ha encontrado a una nueva familia en las calles de Tuxtla.
- Ahí viene el viejón, nuestro viejo – Exclaman Rafa y Gil, dos amigos de Mario con quienes convive al final del día, cerca de una vulcanizadora en la colonia Los Pájaros.
Mario toma un receso. Se enjuga una última lágrima que se ha mezclado con el sudor de la frente: el afilador ha terminado un machete, dos cuchillos, dos tijeras y una pequeña hacha.
Mario mira su monociclo. La herrería está corroída. La piedra de afilar se está acabando (la cambia cada seis meses).
- Todo acaba en la vida – Dice suspirando.
- Y va usted a regresar a su pueblo? – pregunto
- Muerto… Aquí está caro morirse, unos 30 (mil) creo. Pero la llevada también ha de costar, pienso… No será mejor la quemada (cremación)?
Mario se despide. Su menuda figura se pierde entre la polvorienta calle. Antes de él se ha marchado José, su vecino un peón de albañil, que hoy no tuvo trabajo. El maestro lleva dos días bolo. José está pensando en hacerle la competencia a Mario. “Yday, echale pue, pensás que es fácil”, le dijo Mario sonriendo a José minutos antes.
No, la vida de Mario no ha sido fácil. Está llena de encuentros y desencuentros. Amor y desamor. Alegrías y tristezas. Triunfos y fracasos, risas y llantos.



Pero a pesar de todo… ¡Qué linda es la vida!

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Post Top Ad

anuncios 2