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domingo, 4 de abril de 2021

TUXTLA / CERRÓ SU BODEGA... Y LUEGO LOS OJOS PARA SIEMPRE




El local cerrado no pareció sorprender a nadie por ser fin de semana y Semana Santa, pero las flores y la vela encendida a la entrada del local ya indicaba otra cosa. Nadie dice lo que ocurrió, aunque todos lo saben. El dueño del local murió. “Se mató”, dicen a cuentagotas, algunos.

La avenida Juan Sabines lucía silenciosa. El mercado San Juan, igual de tranquilo, silencioso… triste. Los pocos locatarios que llegaron a vender prefirieron cerrar temprano porque no hubo venta. “Todos se fueron al mar, al río o las albercas”, dice Hermila que vende de todo un poco.

Juan, que vende verduras, también colocó un trapo negro sobre su estante de madera. No hubo ventas. La tela negra del local de Juan y de otros locales cerrados, fue símbolo del luto que embarga a los locatarios por el deceso de uno de sus compañeros.

El dueño del local ubicado a la entrada del mercado, cerró los ojos para siempre. También cerraron su local. Allí vendía sandías y papayas a mayoreo. “Era uno de los principales proveedores del estado”, dice un vendedor de frutas. “Era el único que compraba periódicos por kilo y los pagaba bien”, dice un reportero que llegaba a vender los periódicos que le regalan en su trabajo. Todos lo extrañarán.

Lo extraño es que de repente el dueño dejó de llegar. “Los últimos días se le veía serio, callado, meditabundo mientras hacía cuenta con su libreta”, dicen unos. “Siempre se sentaba en un pequeña silla en el pasillo del mercado. A veces sonreía, pero últimamente ya no”.

Pero nadie se atreve a decir el motivo del repentino deceso de su compañero. Parece un pacto de sangre. Unos aseguran que fue de Covid. No es creíble porque se le vio bien los últimos siete días. Un joven mira al reportero y le hace señas con el dedo, indicando que se quitó la vida. Callado, apunta con el dedo índice en la cabeza. Presuntamente el locatario se suicidó de un disparo.

Víctor llegó a su bodega grande, en la colonia Bienestar Social. Allí descargaban y cargaban los camiones, con sandía y papaya. Bajó la cortina de acero, estuvo oyendo música e ingiriendo alcohol. Y de repente se oyó un disparo. Cuando fueron a ver, el hombre estaba sin vida. La pistola a un lado.

¿Qué motivo pudo tener para ser compelido a esta acción? Se preguntan muchos. Víctor parecía tenerlo todo: Una camioneta lujosa, buena casa, un negocio próspero. “Quién sabe, uno ve a la persona pero no sabe lo que pasa por su mente. Caras vemos, enfermedades, deudas o problemas no sabemos”, dice un locatario. La muerte de Víctor fue repentina, dolorosa, misteriosa. El motivo es protegido celosamente por la familia y los locatarios. 

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