Ni siquiera da su nombre verdadero. “Miguel” (seudónimo), dice sonriente. Debería llamarse Diácono (el que sirve). Es tan humilde que prefiere la foto de espaldas y quedar en el anonimato. No busca reflectores ni aplausos, solo busca servir. Y sirve en silencio. Hoy, recogió los botes que muchos tiran en la vía pública. Y los guardó en el depósito destinado para una obra de beneficencia.
Camina apoyado en un palo de escoba como bastón. El peso de los años se le vino encima, como loza cargada por el “Pipilas”. Ya rebasa los 70 años de edad. Con la derecha se apoya en el “bastón” y con la izquierda carga una morraleta de color verde esperanza. Él espera que el mundo sea mejor, diferente, pero no trata de cambiar el mundo, prefiere cambiar él.
Así, cada día él se encarga de los pequeños deberes que otros rehúyen y sin darse cuenta va escalando la montaña del esfuerzo que lo llevará a la cima de la excelencia. Al fin de cuentas la perfección no es cosa pequeña, pero está hecha de pequeñas cosas, dijo Miguel Ángel.
Hoy, “Miguel” (Diácono) caminó por las calles del Centro de Tuxtla Gutiérrez. Y mientras miles caminaban de un lado a otro, en busca de todo y de nada, víctimas del consumismo y del materialismo efímero, “Miguel” comenzó a agacharse una y otra vez. No era para levantar alguna moneda. Era para recoger los botes de PET que personas sin conciencia arrojaron a la vía pública.
“Miguel” sabe que se avecinan las lluvias y que esos botes, aunados a la demás basura, taparán las coladeras y anegarán las calles, casas y negocios. Así que pacientemente, con dificultad se agachó una y otra vez, aunque ello implicara dolor de cintura y temblor de piernas. “Miguel” pudo haber llevado el bote a casa para venderlo, pero una vez más mostró el oro de que está hecho: Los depositó en un contenedor especial ubicado en la 1ª Sur y 1ª Poniente donde se recolecta el PET y las taparroscas para una causa altruista.
Luego de la jornada de trabajo sin sueldo, “Miguel” se retiró a casa, con la satisfacción de haber servido como el mejor pago, ese que no se acaba nunca y que ningún banco puede dar.
Hoy “Miguel” se llamó Diácono (En griego el que sirve). Hoy, sus pies y manos se movieron al compás del desinterés, del amor por los demás, y encarnó el lema de vida que inmortalizaran el escritor indio Rabindranath Tagore, y la Madre Teresa de Calcuta: “El que no vive para servir, no sirve para vivir”.
El Placer de Servir
Toda naturaleza es un anhelo de servicio.
Sirve la nube, sirve el viento, sirve el surco.
Donde haya un árbol que plantar, plántalo tú;
Donde haya un error que enmendar, enmiéndalo tú;
Donde haya un esfuerzo que todos esquivan, acéptalo tú.
Sé el que aparta la piedra del camino, el odio entre los
corazones y las dificultades del problema.
Hay una alegría del ser sano y la de ser justo, pero hay,
sobre todo, la hermosa, la inmensa alegría de servir.
Qué triste sería el mundo si todo estuviera hecho,
si no hubiera un rosal que plantar, una empresa que emprender.
Que no te llamen solamente los trabajos fáciles
Es tan bello hacer lo que otros esquivan!
Pero no caigas en el error de que sólo se hace mérito
con los grandes trabajos; hay pequeños servicios
que son buenos servicios: adornar una mesa, ordenar
unos libros, peinar una niña.
Aquel es el que critica, éste es el que destruye, tú sé el que sirve.
El servir no es faena de seres inferiores.
Dios que da el fruto y la luz, sirve. Pudiera
llamarse así: "El que Sirve".
Y tiene sus ojos fijos en nuestras manos y nos
pregunta cada día: ¿Serviste hoy? ¿A quién?
¿Al árbol, a tu amigo, a tu madre?
Autor: Gabriela Mistral
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