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viernes, 25 de marzo de 2022

TUXTLA / El viento trae el recuerdo de Sabines

A sus palabras no se las llevó el viento; quedaron ancladas en la memoria.


La casa ubicada sobre la 2a Poniente Sur de la capital chiapaneca, luce abandonada. Los azulejos de color verde que cubren las paredes yacen pálidos por el paso del tiempo. Afuera se lee: "Alguien me habló todos los días de mi vida al oído, despacio, lentamente. Me dijo: ¡vive, vive, vive!
Era la muerte". Se dice que es la casa donde nació Jaime Sabines Gutiérrez. Hoy se cumplen 96 años de su natalicio.
Sentado, de espaldas al mundo y de cara al amor, de espaldas al multi transitado Libramiento Norte, Sabines contempla la ciudad, su casa donde nació y cayó su ombligo.
Su pluma, su voz y el humo del cigarro que siempre lo acompañaron no son más. "No vuelve nadie, nada. No retorna el polvo de oro de la vida".
El frío viento sopla, pero sus cabellos crespos permanecen inamovibles, como el sitio ganado en la historia por él.
A su lado se han sentado cientos de parejas, con distintas fragancias. Huele al amor y desamor. Ese sitio ha sido punto de encuentros y desencuentros. Ha sido escenario del primer beso y también el último.
Olor a cerveza rancia y orines también son parte del lugar. No es exclusivo para enamorados, aunque el Mirador se llama "Los Amorosos".
LOS AMOROSOS
Los amorosos callan.
El amor es el silencio más fino,
el más tembloroso, el más insoportable.
Los amorosos buscan,
los amorosos son los que abandonan,
son los que cambian, los que olvidan.
Su corazón les dice que nunca han de encontrar,
no encuentran, buscan.
Los amorosos andan como locos
porque están solos, solos, solos,
entregándose, dándose a cada rato,
llorando porque no salvan al amor.
Les preocupa el amor. Los amorosos
viven al día, no pueden hacer más, no saben.
Siempre se están yendo,
siempre, hacia alguna parte.
Esperan,
no esperan nada, pero esperan.
Saben que nunca han de encontrar.
El amor es la prórroga perpetua,
siempre el paso siguiente, el otro, el otro.
Los amorosos son los insaciables,
los que siempre -¡que bueno!- han de estar solos.
Los amorosos son la hidra del cuento.
Tienen serpientes en lugar de brazos.
Las venas del cuello se les hinchan
también como serpientes para asfixiarlos.
Los amorosos no pueden dormir
porque si se duermen se los comen los gusanos.
En la oscuridad abren los ojos
y les cae en ellos el espanto.
Encuentran alacranes bajo la sábana
y su cama flota como sobre un lago.
Los amorosos son locos, sólo locos,
sin Dios y sin diablo.
Los amorosos salen de sus cuevas
temblorosos, hambrientos,
a cazar fantasmas.
Se ríen de las gentes que lo saben todo,
de las que aman a perpetuidad, verídicamente,
de las que creen en el amor
como una lámpara de inagotable aceite.
Los amorosos juegan a coger el agua,
a tatuar el humo, a no irse.
Juegan el largo, el triste juego del amor.
Nadie ha de resignarse.
Dicen que nadie ha de resignarse.
Los amorosos se avergüenzan de toda conformación.
Vacíos, pero vacíos de una a otra costilla,
la muerte les fermenta detrás de los ojos,
y ellos caminan, lloran hasta la madrugada
en que trenes y gallos se despiden dolorosamente.
Les llega a veces un olor a tierra recién nacida,
a mujeres que duermen con la mano en el sexo,
complacidas,
a arroyos de agua tierna y a cocinas.
Los amorosos se ponen a cantar entre labios
una canción no aprendida,
y se van llorando, llorando,
la hermosa vida.
Son muchos los que no aman, apenas si quieren, piden, exigen. No hay amor a la vida, a las letras, al orden, al prójimo. Son muchos quienes no viven, apenas existen y sobreviven. Y Sabines lo retrató, inmortalizó el amor, la vida y la muerte.
Jaime Sabines Gutierrez nació el 25 de marzo de 1926 en Tuxtla Gutiérrez.
Murió el 19 de marzo de 1999, a los 72 años, a siete días de cumplir 73 años, víctima de cáncer, en la Ciudad de México.
El chiapaneco Jaime Sabines fue el más leído a finales del siglo XX en México.
¿Te sabes algunos versos o al menos los títulos de algunos de sus poemas?
Te presentamos algunos trozos de ellos.
NO ES QUE MUERA DE AMOR
No es que muera de amor, muero de ti.
Muero de ti, amor, de amor de ti,
de urgencia mía de mi piel de ti,
de mi alma, de ti y de mi boca
y del insoportable que yo soy sin ti.
Muero de ti y de mi, muero de ambos,
de nosotros, de ese,
desgarrado, partido,
me muero, te muero, lo morimos.
Horal (1950)
Lento, amargo animal
que soy, que he sido,
amargo desde el nudo de polvo y agua y viento
que en la primera generación del hombre pedía a Dios.
Algo sobre la muerte del mayor Sabines (1973)
Déjame reposar,
aflojar los músculos del corazón
y poner a dormitar el alma
para poder hablar,
para poder recordar estos días,
los más largos del tiempo.
Convalecemos de la angustia apenas
y estamos débiles, asustadizos,
despertando dos o tres veces de nuestro escaso sueño
para verte en la noche y saber que respiras.
Necesitamos despertar para estar más despiertos
en esta pesadilla llena de gentes y de ruidos.
Boca de llanto
Boca de llanto, me llaman
tus pupilas negras,
me reclaman. Tus labios
sin ti me besan.
¡Cómo has podido tener
la misma mirada negra
con esos ojos
que ahora llevas!
Sonreíste. ¡Qué silencio,
qué falta de fiesta!
¡Cómo me puse a buscarte
en tu sonrisa, cabeza
de tierra,
labios de tristeza!
No lloras, no llorarías
aunque quisieras;
tienes el rostro apagado
de las ciegas.

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