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martes, 26 de septiembre de 2017

PERSONAJE / Arlequín baila entre riesgos e insultos

Sentado bajo la sombra de un Laurel, se maquilla el rostro. Es un ritual que requiere tiempo, paciencia, pulso firme y dedicación.

“Muchos me confunden con un payaso, pero no somos lo mismo; mi maquillaje es una máscara de arlequín. Mi personaje nace en el siglo XVI”, dice.

Termina de maquillarse, se viste la ropa larga y comienza a amarrarse las almohadillas sobre su tobillo. Así se asegura que el aluminio del zanco no lo lastime al caminar o al caer.

Y es que Josué ha caído varias veces en los ocho meses que lleva de “semaforear” en este lugar.

Una vez los tornillos de su zanco se quebraron. Luego el agua de la lluvia hizo que resbalara.

También pisó una flor sobre el camellón central y un auto estuvo por arrastrarlo cuando su pantalón se atoró en la facia trasera del auto.

“Ya iba cambiar el semáforo, le grité y se detuvo”, dice aliviado al recordar el momento de apuro.

Se llama Josué Israel Sánchez Alsman. Es de la Ciudad de México. Lleva 10 años subiéndose a un zanco, pero ocho meses de estar en el crucero del bulevar Ángel Albino Corzo y Calzada Caminera.

No eligió ese crucero al azar. Es que regresó a la Unicach donde aprendió a usar los zancos. Durante cinco años Josué participó en el grupo de Teatro de la universidad. Su personaje lo obligó a usar zancos.

Pero decidió ser diferente. Un arlequín camina sobre el piso. “Decidí agregar los zancos y llevarlo  a los cruceros. Es la primera vez que semaforeo. Ni en la Ciudad de México lo hice”, confiesa.

Josué radica en San Cristóbal. Cada día viaja para trabajar en Tuxtla y regresa a su cuarto que renta en mil 500 pesos.

Bajó de un lugar muy alto como la Ciudad de México. Luego bajo de Las Casas a un lugar más bajo como Tuxtla. Pero de Tuxtla Josué regresa a San Cristóbal y seguramente un día regresará a la Ciudad de México.

“Es la metáfora de la vida”, dice. A veces hay que bajar para ascender. A veces hay que perder para ganar.

Su trabajo le da satisfacción y lo necesario para comer. “Me gusta que dialogo con los niños. Les gusta mi personaje. A veces me va bien y a veces mal. Me dan desde 50 centavos hasta billetes de 50 pesos. Una chica me dio 120 pesos una vez”, agrega.

Termina de sujetarse los zancos y se pone de pie apoyado en un barandal de la Unicach. La pregunta es obligada.
-      ¿Has caído? - Sus ojos claros se iluminan, sonríe y dice:

-      Sí, cinco veces en este crucero, en 8 meses.

Es una metáfora de la vida, insiste. Cuantas veces se cae por diversas causas, pero es necesario levantarse y seguir.

Y él se ha levantado.

Ahora, una vez de pie, acomoda su mochila en una rama del árbol, se pone el sombrero, toma su
bandera y avanza al crucero.

El semáforo se puso en rojo para los autos, lo cual significa “verde” para el arlequín bailarín.

Y comienza a bailar, a divertir a los automovilistas,  aunque ello implique para él un riesgo de caer,
un peligro de ser atropellado por los autos que se pasan el alto y la posibilidad que en vez de monedas, le regalen insultos.

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