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jueves, 4 de enero de 2018

ZOOMAT / Conviven más de mil familias

Esta vez el registro y acceso al recinto natural fue por familias. La convivencia fue inolvidable. Aprovechando las vacaciones y el ingreso gratuito, más de mil familias -con un promedio de cinco miembros cada una- se dieron cita en el zoológico Miguel Álvarez del Toro, en Tuxtla Gutiérrez.

El guerrero azteca no estuvo esta vez a la entrada para dar la bienvenida a los visitantes, pero sí el monumental jaguar naranja, a cuyos pies posaron más de 500 familias para la foto del recuerdo.

La familia Popomeyá Ruiz, proveniente de Villa de Acala, con más de 20 miembros, fue una de las más numerosas. El pequeño Iván, de seis años, quedó maravillado con la gigantesca escultura del jaguar. A sus padres les gustó la fachada ya terminada. Y se tomaron otra vez la foto dentro del túnel.

Adelante de ellos iban la familia Robles Tondopó (cuatro miembros), Ayala Noriega (siete miembros), López Gómez (tres miembros), Gutiérrez Vázquez (ocho) y Encinos Marín (dos).

La fila para ingresar era larga, más de 150 avanzaban lentamente hacia la ventanilla donde otorgan los boletos. “Por favor fórmense por familias o grupos afines, si son amigos o del mismo barrio, deben contarse cuántos son y así lo informarán en la ventanilla; mejor si son familias de 500 o de mil”, gritaba de vez en vez el hombre parado a lado de la fila.

La medida fue acertada. Se buscaba ahorrar papel, pues antes se daba un boleto por persona, ahora fue uno por familia. También se buscaba ahorrar tiempo en la entrega del pase y simplificar el registro de visitantes.

Al final del día, fueron más de mil familias las que convergieron en el lugar, con un promedio de cinco  miembros cada una.

Y mientras todos seguían las huellas del jaguar en el recorrido, la familia Entzin Pérez, de Zinacantán, ingresó por la salida y salió por la entrada.

“Ve, todos van al revés”, dijeron riéndose. Al salir, comentaron igual de risueños “estos les falló. Pusieron seña (huellas) pa entrá, pe no pa salí”.

Muchos que ya tenían hambre, se detuvieron en los comedores. Ante la falta de espacio en las mesas de concreto, algunos desayunaron en las bancas o incluso parados a la vera del camino.

A lo lejos se oían aplausos. Eran personas que presenciaban diálogos animados de animales y personal que los cuida en el ZooMAT. “Parece que están torteando”, comentaba sonriente el pequeño Gerardo (siete años) de la familia Aguilar Reyes. Y todos rieron.

Unas 20 familias se detuvieron en la plaza de monos. Sus pupilas se deleitaron al ver el espectáculo natural de animales que saltaban de una rama a otra, corriendo tras el afortunado que había atrapado una manzana lanzada por un visitante.

Al llegar al espacio de la nutria, el estanque con un vidrio para la exhibición estaba vacío. El animal estaba en otro espacio aledaño. “¿Estará enfermo? se preguntaban algunos.

Mientras los niños mostraban interés por ver los reptiles, los padres preferían esperar en las bancas, sentados o de plano acostados.

El olor penetrante al llegar al encierro del leoncillo, hizo que Martín (de nueve años) se llevara la mano a la nariz. Su  madre hizo lo propio. Pasaron rápido. El corazón del pequeño se aceleró al ver al ocelote. “Ya estamos cerca del jaguar”, dijo la madre. “Está bonito”, exclamó el menor mientras acelaraba sus pasos.

Llegaron al encierro donde debía estar el jaguar negro, pero no vieron a ninguno. “Ha de andar en campaña”, dijo uno riendo.

Antes habían llegado al espacio del jabalí, pero tampoco hallaron ninguno. Estaban en otro lado. Solo observaron la placa informativa que decía: “Es también conocido como puerco o cochi de monte, pero no son familias. El jabalí es de la misma familia del Zenzo”. Adultos que desconocían este detalle se llevaron un buen aprendizaje.

Un rugido fuerte retumbó en la reserva el Zapotal. “¿Es el jaguar?”, preguntó Milton, de 10 años. Sus padres rieron. “Mira tu hijo, piensa que es el jaguar el que ruge, si supiera que es un monito”, decía el padre a su esposa y reían desconcertando al hijo que por primera vez acudía al ZooMAT.

Unas 15 familias se detuvieron a ver al puma. Pero no se veía por ningún lado. “Ya lo vi, está bonito”, dijo Gibrán, de tres años. Pero no era cierto. El  felino estaba durmiendo tras un roca. Apenas asomaba la cola y parte de la espalda. Todos rieron esta vez en la familia Alegría Guillén, de cinco miembros.

El momento ansiado llegó y más de 50 familias se apretujaban en el espacio aledaño al jaguar negro y al naranja. Los dos ejemplares descansaban. El negro sobre el muro de concreto, pegado al cristal. El naranja, sobre el suelo. Fue el lugar donde la mayoría se detuvo a observar.
Gibrán exclamó: “¡Es mi favorito!”·

Las familias comenzaron a descender hacia la salida y se toparon con otra familia que iba en sentido contrario.

Un buen bocadillo, helados y refrescos a la salida coronaron la convivencia familiar este martes.
El recorrido fue placentero, la convivencia fue inolvidable.

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