Un ladrón se salvó de ser linchado por colonos de La Misión, tras ser sorprendido en flagrancia asaltando a un menor en la zona aledaña al Cobach 145. Lo desnudaron y exhibieron. Luego lo entregaron a la policía.
El joven voltea el rostro y se tapa la cara. Como el ladrón en la cruz quiere escapar de las consecuencias de su errada acción, pero no siente remordimiento, menos el deseo de enmendar su equivocado rumbo de vida.
Tiene vergüenza y siente miedo. Pena por estar atado a un poste de concreto, en plena vía pública, a la luz del sol, con su ropa interior desgastada, como su existencia a pesar de ser joven. El delinquir no es vida agradable. Mientras él roba los bienes, su interior le roba la paz y eso no se consigue con ningún dinero.
Tiene miedo porque la gente ya no anda con miramientos. Las lonas colgadas por doquier con mensajes de advertencia son una prueba fehaciente de ello. Los cientos de casos de personas quemadas vivas son otro tanto.
El joven luce tatuajes en el cuerpo; son su sello delictivo. Temerario se arrojó contra un menor que caminaba sobre el Circuito Las Casas Poniente y avenida Covadonga del fraccionamiento La Misión. Le robó.
Y cuando el facineroso huía creyendo que su plan había salido bien, un valiente taxista echó por tierra su festejo anticipado. Lo detuvo y a la acción solidaria se sumaron otros vecinos.
Desnudaron y ataron al poste de concreto al detenido. Y cuando el joven esperaba lo peor, llegó la presencia misericordiosa de la Policía Municipal, más que para detener, para rescatar al delincuente.
Fue llevado ante la autoridad competente. Tal vez escape de la ley terrenal. De la divina, jamás.
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