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jueves, 8 de noviembre de 2018

SAN FRANCISCO / Guaya “maldita” que no se quebró

La dirección de la calle era confusa, que desconcertó a los policías. Quizá la misma confusión o peor fue la que sintió quien encontró al hombre al vilo, pendiendo de una soga atada al {árbol de Guaya, ese que tan vidrioso fue en otro tiempo pero que ahora soportó el peso del cuerpo inerte de Pascual Enrique. Isela se fue y el vacío del hogar y del corazón fue insoportable para el hombre de 44 años de edad.

Fue un hombre de la tercera edad quien dialogó con la policía. La mujer joven, de tez blanca, en estado de gravidez, no pudo articular palabra. Se limitó a llorar en todo momento. Era la hermana del occiso. Vivía justo enfrente de su consanguíneo.

“Se llamaba Pascual Enrique, de 44 años. Vivía con su esposa Isela, pero se fue”, dijo sereno, pero conteniendo el mar de dolor en su interior el hombre de pelo entrecano.

Dentro de la casa marcada con el número 850 estaban policías estatales y el comandante de paramédicos de Protección Civil municipal, Víctor Liho. Afuera, la unidad PCAC 01 y varias patrullas.

La dirección dada fue “10º Poniente y 17 Sur”. Los policías fueron al lugar y no había nada. Era en la 16 Sur y 7ª Poniente, que al final resultó ser la 17 Sur. Confusión. Babel vial, quizá un David frente al Goliat de emociones abigarradas en la mente de Pascual Enrique, que no hallaba la salida a su problema.

El primero, el más grande que desató los demonios ulteriores, la adicción. La partida del cónyuge fue el clímax y causante del desenlace fatal.

La rama del árbol de Guaya que se había quebrado bajo el peso de quien subió a cortar la fruta alguna vez, ahora resistió el peso de quien buscó de modo errado la salida a su dolor interior.

El cuerpo fue llevado al Semefo para la necropsia de rigor. El doctor dirá tal vez que fue anoxemia o asfixia mecánica. La verdad: fue por desamor. Isela se fue, llevándose la razón de vivir de Pascual.

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