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viernes, 3 de mayo de 2019

OCOZOCOAUTLA / Golpe mortal al debilitado Mocri

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  • De las cenizas literales que han quedado, difícilmente resurgirá como el ave Fénix, la moribunda organización. Le arrebataron más de mil hectáreas.


Avisaín Alegría / El Centinela

Solos el perro, el gato y los escombros. La soledad reina hoy en donde hasta ayer reinaba la impunidad. Y de las cenizas literales que han quedado, difícilmente resurgirá como el ave Fénix, el moribundo Mocri. Hoy recibió otro golpe mortal. Quizá el más fuerte. Le arrebataron más de mil hectáreas que hace cinco años despojó con violencia a 18 legítimos dueños de igual número de ranchos.

El sobrevuelo bajo del helicóptero de Gobierno del Estado es ruidoso. Daña el oído de quienes van en el convoy de unidades oficiales para realizar el desalojo. Pero realmente ese ruido es música. Los que hacen daño de veras a la sociedad, estaban, pero se han ido al ver el operativo inminente.

A la entrada del predio ubicado en el kilómetro 23 del tramo Ocozocoautla – Villaflores, hay llantas quemadas y barricadas donde vigilantes armados impedían el acceso a personas ajenas a la organización. Le llamaron “Ing. Andrés Jiménez Pablo” a la invasión.


En realidad es el Área Natural Protegida Cerro Brujo y 18 ranchos como Las Cañas, Pensil, Los Girasoles, entre otros: 18 ranchos que hacen unas mil 27 hectáreas.

Las unidades avanzan con dificultad por el sendero angosto de tierra. Así de complicado es transitar por el camino de la legalidad, vía que desdeñó el Mocri y optó por el sendero ancho del despojo, de la violencia.

Y por esa senda angosta, literalmente, tuvieron que transitar a pie, compelidos por la urgencia nacida de atisbar el desalojo inminente. En su huida dejaron regados objetos varios.

Antes, quemaron las casas de madera y también provocaron incendios forestales. Un último daño, amén del causado durante cinco años de saqueo de maderas preciosas (cedro y caoba), así como de aves exóticas.

En el patio de una casa quemada,  un perro vigila desconcertado, temeroso por ver tantas personas extrañas. Sus ojos buscan en vano entre la multitud a sus amos.

Entre las cenizas, resalta un disco compacto verde quemado a medias. Dice “Tercer cielo”. A un lado hay botellas de cerveza: Se embriagaban, pero oían música cristiana. La incongruencia que a todos duele. Sí, porque se manifiestan exigiendo respeto y derechos, cuando en su diccionario práctico no existen dichas palabras.

Entre las casas quemadas, se erigen imponentes, desafiantes, dos construcciones de material. Una es la oficina y otra la casa del líder. En dos aulas de madera, quedaron libros y cuadernos regados. Sobre las paredes dice “a, e, i, o, u”. Allí aprendían los niños a leer y escribir. Afuera, les enseñaban tácitamente a  despojar, a delinquir.

Un lavadero quebrado que soltaron en su loca huida y  una cama rota, son fieles indicativos de los sueños rotos transformados en pesadillas y de la esperanza resquebrajada. La ilusión de ser “felices” en medio del fango de la ilegalidad fue espejismo barato vendido a un alto precio: la paz interna, ahora externa.

Y mientras se oyen golpes por doquier, para desbaratar todo, los afectados (ahora beneficiados) sentados sobre un tronco de madera, esperan. Saben esperar. Esperaron durante cinco años sobre el banco espinoso de la incertidumbre. Ahora el asiento es suave, porque tiene el forro de la certidumbre… se aplicó el Estado de derecho.

Rosa María Morales Castellanos, de 79 años, agradece. Omar Ruiz Corzo, también. Pero éste añade: “El gobernador saliente (Manuel Velasco) ponía vestido y si alguna vez puso pantalón, fue con tirantes. El de ahora, Rutilio Escandón, tiene los pantalones bien puestos y con cinturón. Cumple lo que promete”, asegura.

Los policías se quedan resguardando el lugar para evitar que regresen los invasores. Una manguera de plástico color negro, cruza el predio. Alguna vez condujo agua. Ahora ya no. El arroyo se secó, como preludio de la sequía que se avecinaba para la organización que tuvo su “caudal” de impunidad: paseaban con armas,  robaban, violentaban. Finalmente el sol de justicia salió y los ha ido secando poco a poco.

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