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viernes, 28 de junio de 2019

5 DE MAYO / Ayudemos a Manuel a pasar en paz sus últimos días



  • ·     El hombre de 98 años de edad fue echado a la calle por sus hijos. Sobrevive en la calle. Espera que su hija Flor de María Mendoza vaya por él, al parque 5 de Mayo.


El Centinela

Su apetito es voraz, pero come despacio, como si quisiera que ese momento fuera eterno. No tanto por la comida que escasea, sino por la compañía que tanta falta le hace. El invierno llegó a su vida y pintó de blanco sus cabellos y de gris su existencia. Fue echado por sus hijos a la calle y es ahí donde pasa los días y las noches, añorando el pasado y temiendo el futuro… elevando su plegaria al cielo, para que su única hija que lo     quiere se apiade de él y le brinde un lugar donde pase los últimos días de su vida.

-      -Tengo 98 años, me llamo Manuel Mendoza García – Dice el hombre mientras permanece sentado en una de las jardineras del parque 5 de Mayo.

Habla poco, como si quisiera ahorrar la energía que tanta falta le hace, como si cada palabra horadara su enjuta alma, como si cada movimiento del labio desgarrara aún más su sangrante corazón.

Manuel dice ser de Tuxtla.

Tras una breve pausa, toma aire, pues le cuesta reprimir las  lágrimas al exclamar:
-      
-     -Mis hijos me echaron a la calle y no quiero volver por temor a que me maltraten de nuevo.

El temor se percibe en sus temblorosos labios. Tiembla y no es de rencor, ni de miedo físico por los golpes que al fin y al cabo dejan un dolor efímero. Tiembla de pensar que al maltratar a su padre, sus hijos siembran lo que irremediablemente segarán un día, tarde o temprano.

Tiembla de pensar que se rompe la regla de la lógica: “el amor engendra amor” y se cumple el refrán “Cría cuervos y  te sacarán los ojos”.

Tiembla quizá por el frío de la ausencia y por el afán de querer abrazar a sus hijos, a los que ama a pesar del maltrato infligido.

Una mujer que escucha la plática se detiene y exclama:
-      -Tío, me gustaría darle posada en mi casa, pero me da temor comprometerme, no vaya ser la de malas que sus hijos, por maldad, quieran culparme que lo secuestré o algo así, - Dice.

Bondadosa, la mujer compra una orden de tacos y lo comparte con el anciano que agradece a Dios y a la buena samaritana.

Mientras mastica lentamente, Manuel mira a su alrededor. Un árbol seco y plantas secas dan un toque sombrío al ambiente ya de por sí melancólico. Son el reflejo del duro estiaje. Pero ya comenzó a llover y en breve reverdecerán. Manuel se llena de optimismo y piensa que su sequedad emocional puede tornarse en verde esperanza. Recuerda que tiene una hija.

-      -¡Se llama Flor de María Mendoza Curly! - exclama entusiasta.

Flor es la única que a veces estaba al pendiente de su padre, pero  al ser echado a la calle ella no sabe de su paradero. Él tampoco conoce la dirección donde vive su hija. Se necesita un puente humano para que se reencuentren.

Por eso Manuel pide un especial favor:

Le falta todo, es cierto. Su techo es una pequeña lona que apenas lo cubre de la lluvia, del sereno y del frío. Su única ropa es un pantalón de mezclilla azul y una camisa del mismo color. A veces come y a veces no. Pero no pide nada más que “encuentren a mi hija Florecita y díganle que estoy aquí, que venga por mí”. Acto seguido se quita la gorra para la foto y así ser reconocido por su hija.

Nos retiramos y Manuel queda dormido, sentado,  junto a la estatua de Jaime Sabines Gutiérrez, su única compañía antes de la charla. Ahora ya tiene una más: la esperanza de que su hija Flor lo rescate de la calle y lo lleve a casa para pasar en paz sus últimos días. Usted y yo podemos ayudar a que el sueño del ancianito se haga realidad. Compartamos, por favor. Gracias

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