Los ojos de Linda se posaron sobre las naranjas. Se veían un poco marchitas, pero el hábil vendedor la convenció.
- Son bien jugosas marchanta. Muy dulces. Son de Martínez de la Torre. Se las dejo en 40 pesos las 25. Bara bara bara bara.
Linda pensó en su esposo a quien le encantan las naranjas y quiso darle la sorpresa. Y la sorprendida fue ella.
Linda salía del mercado “San Juan”, en la colonia Bienestar Social de Tuxtla Gutiérrez, tras hacer las compras. Llevaba prisa y muy poco dinero. Tenía que apurarse para ir a hacer la comida y otros quehaceres. Pero detuvo sus pasos y hurgó en su cartera. Juntó las últimas monedas y sí, le alcanzaba para comprarle sus antojadas naranjas a su amado esposo.
Linda llegó a casa, avanzó con las tareas, hizo la comida. Cuando el esposo llegó del trabajo, lo esperó con una radiante sonrisa y… dos naranjas partidas. Los ojos de Abiatar se iluminaron. “Gracias mi amor, que linda eres”, le dijo a su esposa. Ella sonrió. La sorpresa había hecho feliz a su esposo y Linda se felicitó por la buena compra.
Pero la alegría de Abiatar y la sonrisa de Linda se esfumaron con el primer bocado a la naranja.
- ¡Ey, esta cosa está bien amarga! No manches vieja, ¿no es que le echaste veneno?”.
- Tas loco, gordo, no digas eso. No juegues.
- Neta, está bien amarga, pruébala.
Linda chupó la naranja y arrugó la cara. En efecto estaba muy amarga. Abiatar le pidió que partiera otra naranja para quitar el mal sabor de boca. Corrió a partir otra. Y Abiatar la chupó ansioso pensando que esta vez sí estaría dulce. Se equivocó. Y estalló.
- ¡Si serás de mensa, cómo no te vas a dar cuenta! Están magulladas, por eso saben amargas ¿Qué no tienes ojos pues?
- Perdón amor, es que el chavo no te deja escogerlas, él las pone en la bolsa.
- Perdón, perdón, fácil lo resuelves con decir perdón. El dinero cuesta para ganarlo y tú fuiste a tirar los 40 pesos.
Linda comenzó a llorar. No sabía cómo enmendar su error. Abiatar estaba muy enfurecido. Así que la afligida esposa pensó en aprovechar las naranjas restantes, haciendo naranjada. “Con hielo y azúcar se puede disimular lo amargo”, pensó. Y lo hizo. Pero al probar el refresco, éste sabía mal. Varias naranjas estaban además podridas.
Linda palideció. Ahora había malgastado agua y azúcar. No entendía qué había pasado. Siempre había comprado en el mismo local y le habían salido buenas las naranjas.
Abiatar vio su desconcierto. Vio la naranjada hecha y al probarla explotó en cólera. Tomó una bolsa, puso las pocas naranjas enteras y partidas y decidió ir a enfrentar al vendedor de naranjas.
- Dime en qué local compraste, este hijo de su mandrágora me va oír, a ti te vio la cara, pero a mí no me la va a ver. Voy a ir a exigirle naranjas buenas o mi dinero – gritó
Linda tembló como una gelatina. Se imaginó la escena y temió que terminaría en un pleito.
- No, no te voy a decir, gordo.
- ¡Cómo de que no! ¿Ahora resulta que encima lo proteges?¿No será tu amante?
Hasta ahí Linda pudo escuchar. Se fue corriendo a su cuarto a llorar desconsolada. Nadie comió en casa.
Las naranjas amargas, magulladas que compró Linda sin saberlo, eran las que recogieron de la volcadura del camión en “La Pochota”, el sábado pasado. La carga estaba asegurada y el dueño no perdió nada. El vendedor del mercado San Juan que compró de buena fe la carga de rapiña, vendió todo, tampoco perdió nada. En cambio las naranjas amargas, que debieron ser dulces, amargaron la tarde a la familia de Linda y Abiatar, provocaron una fuerte discusión y además del mal sabor de boca literal, provocaron una severa amargura del alma a los esposos que debían tener una tarde linda, en armonía.
Linda nos contó su historia con una moraleja: “Por favor, tengan cuidado con las naranjas que compran en Tuxtla, aún hay bastante naranja golpeada, amarga por ahí. Que no les pase lo que a mí”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario