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lunes, 1 de marzo de 2021

TUXTLA / SOLO PIDE UNA PEQUEÑA MONEDA... A CAMBIO DA BENDICIÓN

 

ÉL PIDE POR LOS QUE NO DAN... INVIDENTE VE LO QUE OTROS NO PUEDEN VER

El sol salió esplendoroso al oriente, pero se ocultó tímidamente al poniente. Para el hombre la luz del día fue imperceptible, como lo fue su presencia para los miles que pasaron a su lado sin verlo. El perdió la vista del cuerpo hace tiempo. Los otros, perdieron la visión del alma no sé cuándo. Pero el sol salió para todos.
Llegó temprano, optimista. Colocó la pequeña almohadilla sobre el piso, dobló las rodillas y tras encomendarse a Dios colocó el pequeño recipiente a un lado. No es que sea pequeña su fe, pero es realista. Sabe de las limitantes económicas por la pandemia. Sabe de la dureza del corazón humano en su mayoría, cauterizado por el lacerante y galopante egoísmo universal.
Pero cada día llega a la misma hora, al mismo lugar: 3ª Oriente entre 1ª y 2ª Norte. No habla, se auto censura. Hay dolor y tristeza en su corazón por su condición que prefiere callar. El cartel de cartón que cuelga de su pecho lo explica todo: “Soy invidente, apóyame con una pequeña moneda. Dios te bendiga”. No pide mucho, solo una pequeña moneda, esa que nadie quiere ya. Puede ser de 50 centavos o un peso. Las letras están hacinadas en el pequeño espacio (como las cosas del hombre en el pequeño cuarto donde vive) pero son grandes como para que puedan verlas… Y sin embargo no las ven.
Transcurren los minutos y las horas. El trastecito sigue vacío, quizá fiel reflejo y símbolo de las almas vacías, hambrientas de paz, de certeza, de esperanza que pasan sobre la transitada calle, a lado del hombre invidente.

El sol llega a su cenit. Quema. Pero desdeñando el candente sol y la fría indiferencia de la gente, él sigue de rodillas. Es literalmente una larga oración la que realiza. Pide unas monedas, pero sobre todo ruega por los que pueden ver y sin embargo no ven. Él, que perdió la vista física hace años, puede contemplar con claridad aquello que es invisible y de mucho más valor porque trasciende a la temporalidad. Tiene sed de eternidad. Y ya comienza a beber los pequeños sorbos.
El sol que salió esplendoroso al oriente en la mañana, se ocultó tímidamente al poniente por la tarde. Es así también en la vida. Hay bonanza, estabilidad, como la juventud, como la salud, que brillan. Y sin embargo llega el ocaso, como llegó a la vida de este hombre. Y la oscuridad literal reinante en la vida del que ora ferviente día y noche, prosigue, pero en su alma predomina la luz de la esperanza. Sabe que todo será hecho nuevo, incluyendo sus ojos, que podrán ver a su Creador y Redentor en su majestad en la hermosura de su santidad. Por eso su despedida y su bienvenida son: “Dios te bendiga”.

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