“De dos agentes municipales que hay, no hacen uno, no sirven para nada. Permiten el saqueo al río de la colonia Julián Grajales y este cochinero”, dice Daniel, muy molesto mientras observa el afluente.
Es adormecedor el murmullo tímido del riacho, antes caudaloso, ahora de caudal angosto, de nivel bajo que apenas permite se mojen las rodillas. En la parte más honda logra llegar a la cintura. Es el paso inclemente del tiempo, pero también la mano del hombre las que han repercutido sobre el otrora lindo y caudaloso río.
Daniel no es tan viejo, pero le tocó ver al río en otros tiempos. “Era mejor en todo”, dice resumiendo la historia. Era mejor porque el agua era limpia, fresca. Era mejor porque la gente era más cuidadosa, más consciente. Era mejor porque la autoridad hacía valer la ley.
Daniel lanza un suspiro, mira el río venido a menos y contrasta el antes y el ahora: “Hoy es un desastre. Mire, pobre río. Ha pasado Semana Santa y ahí están las consecuencias de personas irresponsables”, dice apuntando a donde se observa basura dispersa por doquier.
“Las personas que llegaron a vender y a pasear no tuvieron tantita conciencia de sus actos. Irresponsables porque de inicio no debieron salir por esta pandemia. Mal porque dejaron un completo basurero en el río. Nadie se molestó en recoger su basura. Y los agentes municipales, como siempre hacen caso omiso. Han permitido el saqueo del río. Son dos: uno nombrado por el presidente municipal, y el otro nombrado por el pueblo, pero los dos no hacen uno, no sirven para nada”, remata Daniel enojado. Y se va.
El riacho sigue su recorrido con tímido murmullo adormecedor. Quizá adormeció las conciencias, también.
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