El anhela ser padre. Desesperado le ha exigido muchas veces a ella que le dé un hijo. Ella no ha podido complacerlo. Hoy, como ayer, discutieron. Hoy, como ayer, él la agredió y ella no se dejó.
El anhela ser padre. Desesperado le ha exigido muchas veces a ella que le dé un hijo. Ella no ha podido complacerlo. Hoy, como ayer, discutieron. Hoy, como ayer, él la agredió y ella no se dejó. Pero hoy fue en la calle. Del amor al odio hay un solo paso, y hoy lo comprobaron en carne propia. Y dieron ese paso. Una pareja les ofreció la solución, y no fue precisamente un hijo.
Son jóvenes aún, no pasan de los 30 años de edad. Decidieron unir sus vidas sin un papel de por medio. Comparten techo y comida, pero entre ellos surgió un abismo aparentemente insalvable.
El domingo pasado, mientras los padres eran festejados por sus hijos, un joven fue a la cantina, tratando de ahogar en alcohol sus penas. Ebrio, llegó a casa para reclamarle a su mujer por qué no le ha dado un hijo. La discusión acalorada continuó y él le dio una bofetada a ella.
Ahí se detuvieron frente a una tienda. En el camino el hombre ya le había dado unos golpes a su mujer. Por ello, ella pidió a un hombre que salía en su auto, que llamara a una patrulla y a una ambulancia, pues estaba golpeada. “No mi jefe, no le haga caso, es mentira”, respondió el hombre. Y siguieron su camino rumbo al sur.
La discusión verbal siguió. Pero los golpes cesaron. En una casa aledaña, donde vive una familia cristiana, escuchaban un canto sobre el amor de Dios. “Nadie pudo amarme como Cristo, es incomparable su amistad”, se oía. Y la pareja salió para ayudar a los jóvenes.
Les sugirieron que sean menos egoístas, que la felicidad de pareja reside en amar y pensar en el otro, en buscar la felicidad del cónyuge, y como consecuencia inevitable llegará la felicidad. Le dijeron al hombre que deje de presionar a su mujer por el hijo esperado, pues eso es un asunto de Dios y no del ser humano.
Los invitaron a leer la Biblia y practicar el amor a Dios y al prójimo. La pareja no dijo nada, se quedaron mirando, agacharon la cabeza y siguieron su camino en silencio. La solución había llegado y no fue precisamente un hijo.
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