"¿Quiere un viaje corto? El lanchero parado a la entrada del embarcadero Cahuaré, trata de ganarle a los que en ventanilla venden viajes en lancha. La familia recién llegada no toma el viaje corto, ni mediano ni largo. No tienen dinero. Solo llegaron a ver. Lo mismo ocurre con los escasos visitantes locales. "Está bien muerto el negocio", resume otro lanchero en el parque central del pueblo mágico.
"Pero quítense el cubrebocas para que sepan quiénes son", dice el guía del grupo de 10 personas provenientes de Tlaxcala. Se toman la foto frente a la Pila y tras un breve paseo a pie, se van. Desean presumir si visita a Chiapas, pero dejan poca derrama económica.
Eulalia, vendedora de artesanías de Zinacantán, tímidamente se acerca y ofrece sus tejidos. Tampoco vende nada. Los pocos visitantes están en la Pila o tirados en el escaso pasto, a la sombra, en el parque central.
"Ándele jefe, lleve a su familia a un paseo corto de 30 minutos. Se lo dejo en 300" dice Fernando. "No gracias, no tengo dinero" responde el visitante. Menos que puedan ir a ver los cocodrilos en el viaje de una hora, al Puente. Ese cuesta 500 pesos.
En el Embarcadero, la única lancha con capacidad para 24 pasajes tiene que salir con apenas 10 personas.
Las tiendas de ropa aledañas, solo son visitadas por el viento que mueve las prendas.
Fernando, Genaro y demás lancheros miran el viejo reloj empotrado en la torre de ladrillo, dentro del parque central de la ciudad colonial. Quisieran emular a Gedeón y pedir que se detenga el sol, pero no pueden. Dan las 5:00 de la tarde y no hubo un solo viaje. Mañana será otro día. No se ilusionan. "Es tiempo malo", el negocio sigue "muerto".
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