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domingo, 29 de enero de 2023

PUERTO ARISTA / De sal a hiel y al final... miel

Indecisión de una adolescente frente al mar.


El sabor a sal en sus labios no viene del mar, tampoco del cielo... Son lágrimas de desconsuelo. Con la mirada pérdida en el horizonte, sin ver nada, presa de la incertidumbre, ella observa el mar, tan vasto, tan imponente y siente que su dolor es igual de enorme y de incontenible. Es apenas una niña: tiene 17 años, pero ya sufre en su corazón los agudos dolores del desamor. Ahora, poco a poco se va internando en el mar. No sabe a ciencia cierta lo que desea, pero se detiene... y esos segundos se tornan minutos y luego horas de inenarrable dolor en el alma.
Llegó desde temprana hora. Durante la noche las lágrimas que ella derramó humedecieron la almohada. Y al amanecer, lejos de tener una nueva razón para vivir con la salida del sol, ella decidió ir al mar para ahogar sus penas y quizá, ahogarse también, en ellas.
Salió de Cabeza de Toro. A paso lento se fue caminando por la orilla de la carretera hasta llegar a Puerto Arista. Vio el arco que decía "Bienvenido a Puerto Arista gracias por su visita", empezó a avanzar lentamente. Miraba hacia abajo, sentía que no quería, no podía ver a nadie a los ojos. No es que ella hubiera hecho algo malo, sino que temía que al ver a alguien, ese alguien pudiera leer en su mirada la negrura de su alma, el caos por las ideas abigarradas. Temía que alguien pudiera cruzarse en los planes que iba tejiendo en la trama y urdimbre de su melancolía. Así avanzó poco a poco.
Al llegar a la zona de la playa, observó la tortuga gigante de concreto colocada a la entrada de la playa de Puerto Arista. Por momentos deseó ser como esa tortuga, sin saber lo que ocurre a su alrededor. Ella no está expuesta a sufrir dolores, desamores, desprecios, acosos... todo lo que ella a su corta edad ha experimentado. Y así, después de acariciar un momento la caparazón de la tortuga de concreto, avanzó otra vez lentamente hacia el mar. Se quitó las sandalias para sentir el contacto con la arena húmeda. Ahora se estaba secando poco a poco; lo que no lograba secarse era el manantial de sus lágrimas. Lloró durante la noche y no paraba de llorar.

Y así se acercó al mar. Cuando estuvo en la orilla se detuvo, miró hacia la derecha y hacia la izquierda, miró hacia atrás, ahí estaba el módulo de rescate de los salvavidas de la Fiscalía General del Estado. Los rescatistas también la vieron, pero no se movieron, esperaron hasta el último instante. Ella avanzó 3 pasos más, ahora el agua le daba hasta los tobillos. Miraba fijamente hacia el mar, pero en realidad no miraba nada. Pensaba y en realidad no pensaba nada. Parecía petrificada, como la estatua de sal de la mujer de Lot convertida así luego de mirar hacia atrás, tras escapar de Sodoma y Gomorra que eran destruidas. Ella no quería ver hacia atrás, no podía, sentía que debía avanzar hacia lo infinito. Pero ahora estaba detenida. Avanzó 3 pasos más y el agua ya le daba cerca de las rodillas. Y allí se quedó a meditar sin pensar, observaba una vez más el mar, sentía en sus labios el sabor a sal y no era la brisa marítima, no era el agua del mar que se elevaba hasta sus labios luego de golpear las olas en su rodilla, no era la lluvia que había caído durante la noche: Eran sus lágrimas que seguían brotando incesantes. Ese sabor a sal realmente tornaba insípida su existencia, le dolía pensar en las veces que como la arena había tenido que poner límites a quién aseguraba amarla y sin embargo, impetuoso cómo el mar le había faltado el respeto, aquel que en nombre del amor había querido pasarse de listo provocándole un dolor agudo y la decisión firme de terminar la relación. Ella pensaba cómo pudo hacerlo, como fue capaz de atreverse, por qué ella tuvo que elegir mal, porque tuvo que decirle adiós, aunque fue mejor sin duda, pensaba. Pero le dolía la separación, quizá era costumbre, quizá era amor, quizá ninguna de las dos cosas.
Lo único cierto era el dolor que sentía en su corazón no acostumbrado a esas experiencias. Nadie le había dicho lo que pasaría, no estaba preparada, no hay escuelas para esas experiencias. Ahora nadie podía ayudarle, pensaba, y ella en su desesperación se anegaba en el mar turbulento de su existencia caótica, ella sentía que había naufragado y estaba dispuesta a hundirse simbólicamente, y quizás ahora que tenía la oportunidad, literalmente. Le horrorizaba la idea, pero qué más podía hacer. No parecía tener muchas opciones, no había muchas alternativas y allí estaba sola. Y sentía que su soledad autoimpuesta era igual o más grande que ese inmenso mar, solo también, sin barcas, sin marineros, sin aves marinas.

Así poco a poco el mar y la playa fueron quedando desérticos. Pasaron las horas en forma imperceptible, ella no se dio cuenta del transcurrir del tiempo, así es cuando hay amor, así es cuando hay desamor. El reloj no existe, nadie existe, ahora esperaba sin esperar. Los salvavidas seguían observando, listos para actuar si la adolescente caminaba más hacia adentro, pero no caminó, se quedó allí.
Y cuando ninguna persona había en el lugar, un perrito llegó a su lado. El perrito, aparentemente solo también, sin un dueño, callejero, sin alguien que le alimentara, sin alguien a quien moverle la cola, sin alguien a quien serle leal y fiel, llegó al lado de esta adolescente y allí se quedó acompañándola en su dolor. Y le movió la cola a ella y le lamió las manos a ella, y ella no tenía nada que darle a cambio, sólo una caricia en su cabecita. Pero esa caricia fue todo para ese perrito que siguió acompañándola, sin moverse, sin esperar alimento alguno. El alimento lo podía conseguir en algún basurero, en alguna esquina, pero el cariño, el afecto humano no lo encontraba en ningún lugar. Así que ese perrito se quedó allí y ella entendió el mensaje.
La adolescente sintió una inspiración con la compañía de ese perrito y decidió ya no avanzar más hacia adentro del mar, cómo era en algún momento su intención. Tenía que encontrar alguna razón para vivir, alguna persona a quien serle leal y fiel, alguna persona que pueda llenar ese vacío de su corazón, así que se dio la vuelta, acarició al perrito. Fue a la palapa cercana y consiguió algo de comida: se lo dio. Los salvavidas sonrieron. Celebraron la vida y el triunfo en la mente de esta adolescente.
El perrito se fue por toda la orilla, con su necesidad de comida satisfecha. La adolescente regresó a casa, ahora con una nueva visión. Sus pasos ya no eran lentos, eran ágiles. Su mirada ya no era clavada en el piso, ahora sonreía, saludaba a las personas que topaba a su paso.
¿Qué había pasado? ¿qué había producido el cambio? La presencia de un perrito.
En la vida hay situaciones así, cuando sentimos que todo se ofusca a nuestro alrededor, cuando la mente se bloquea y cuando se ve aparentemente que no hay salida. Entonces es importante no encerrarse, no aislarse, no precipitarse. Es importante buscar la compañía de un amigo o amiga, de un ser querido, de un profesional y contarle lo que sucede.
Es lamentable que niños, jóvenes adolescentes, estén acabando sus días de una manera trágica, sólo porque faltó un poquito de comunicación.
Las cifras son alarmantes: en el mundo un millón de personas de todas las edades recurren al su1cidi0 como la opción para acabar con el dolor físico o emocional. 20 millones más lo intentan. Cada día podemos ayudar a alguien con depresión. Ese alguien puede estar muy cerca de nosotros y quizá ni cuenta nos demos.

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