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lunes, 20 de noviembre de 2017

PERSONAJE / Antier, ayer y hoy: 100 años de Rubén

Con una memoria prodigiosa y un sentido del humor fenomenal, Rubén López Cárcamo nos presenta un párrafo de su libro “Antier, cuando éramos menos”, y abre una página de larga vida. Celebró 100 años de existencia. Es un destacado tuxtleco.

La charla es en su acogedora casa de Las Brisas, en la avenida Aire. En la cocina preparan la rica comida para la celebración. Las mesas están listas en el patio.

Rubén viste una playera blanca, alusiva a tan significativa fecha. Dice: “Mis primeros 100 años… y voy por más”.

Rubén nació, creció y vivió hasta los 25 años, en la casa ubicada en la 5a Poniente, entre la Avenida Central y 1a Norte de la capital chiapaneca. Tenía el número 7. La calle se llamó un tiempo “Las Palmas” y luego retornó a su nombre original.

Allí permaneció hasta los 25 años, cuando en 1942 decidió formar su propio nido de amor.

Se unió a María Patrocinia Mátuz León, con quien procreó a Rubén y Jorge Arturo.

En realidad a Rubén lo identifican más por el apellido materno. Pocos saben, pero el padre abandonó al hijo y fue la madre, Elodia López López, quien asumió el doble papel. Y cuidó de su hijo hasta los 86 años de vida, cuando la progenitora bajó al descanso.

Rubén vio la luz de este mundo un 17 de enero de 1917. Y desde entonces ha vivido de todo.
Cuando la Segunda Guerra Mundial fue llamado por el Ejército. No combatió, pero hizo los ejercicios de adiestramiento en el llano de Santo Domingo. “Pecho a tierra con un rifle en la mano, el Teniente nos adiestraba”·, dice.

Remontándose al pasado, Rubén evoca aquel 1924, cuando hizo su entrada triunfal a Tuxtla el general Carlos Aguilar. Con siete años Ruben ya andaba en “la bola”.

“Desde Terán caminé al centro, con la gente. Mi abuelita Amada iba conmigo. En la ventana del edificio de la Gran Vía, daba su discurso el doctor Manuel, los mapaches estaban en la parte alta del palacio, dispararon al grupo y todos corrimos.  Yo entré a la 1a Sur  Poniente, a la casa de Tiburcio Fernández Ruiz. Luego salimos, hubo un muerto y un herido”, cuenta.

Serio, Rubén dice que le encantaba llevar serenata. Acompañó a un amigo que estaba enamorado de una maestra de San Fernando. El era el encargado de guardar la botella. Cuando el novio le pidió un trago para agarrar valor, la botella ya estaba vacía. La risa incipiente de Rubén llega a su clímax cuando narra que al iniciar la serenata, un burro cercano a la casa comenzó a rebuznar y arruinó la velada.

Desde joven a Rubén le gustó caminar mucho. recorría a pie todo el río Sabinal hasta llegar al río Grijalva. Caminaba todo el cerro Mactumactzá.

“Llegué a Copoya, donde está el Cristo ahora, tropecé y resbalé, por poco caía al abismo. Hubiera muerto y nadie me iba hallar”, dice.

De ese tropezón, el dedo gordo del pie izquierdo aún sigue dislocado, cuenta, y enseña la secuela.
Rubén fue profesor normalista frente a grupo de 1936 al 15 de marzo de 1945. Luego, tras estudiar contabilidad, trabajó como auditor de Bancomer, en cuyo trabajo recorrió las principales ciudades del país.

“Con mi trabajo pude conocer muchas mujeres, pero nunca iba solo, siempre llevaba a mi esposa”, dice.

“Le daba todo el dinero, sin pedirle cuentas”, añade. Auditaba bancos, pero no a su pareja. “Están mal los hombres que piden cuentas a su mujer”, dice.

Ese fue un factor que ayudó a la estabilidad en su primer  matrimonio. Lo es en el segundo. “Nunca tuve un pleito con mi primer esposa, tampoco con la segunda”, enfatiza.

En otro pasaje chusco de su vida, Rubén relata que tras tomar tequila Morabi, fue al baño y comenzó a orinar con sangre. Se asustó. Había sacado una piedra. Nunca sitio dolor en el riñón. Pero el tequila deshizo la piedra y la sacó.

De repente pide un libro. Fue escrito por él. “Antier, cuando éramos menos”, se llama. Y nos da una probadita. Lee un extracto. Y nos deja con el deseo de leer más, pero ya no está disponible.
Retrata al Tuxtla de 1922, cuando tenía 18 mil habitantes.

El primer cajero, fundador, contador y gerente del Banco  Mercantil de Chiapas, en Tonalá y San Cristóbal, se jubiló luego. Comenzó una nueva relación con la que “de un día para otro tuve tres hijas”.

Ahora la familia completa se reúne para celebrar 100 años de vida de tan notable ser humano.


La comida casi está lista. El olor es grato, pero más agradable fue la charla con Rubén López Cárcamo, quien nos presentó un párrafo de su libro “Antier, cuando éramos menos”, y abrió una página de su larga vida. 

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