El pequeño llora. El dolor es agudo y los hombres que lo atienden son desconocidos. Se asusta al ver que le colocan el pequeño collarín. Un auto no identificado lo arrolló minutos antes cuando cruzó el bulevar Belisario Domínguez de Tuxtla Gutiérrez. Su madre se sabe culpable y calla.
Las manchas de sangre sobre el camellón central indican la magnitud del accidente. El fluido sanguíneo es del pequeño Eleuterio Gómez López, de solo cinco años de edad.
Hace dos inviernos que llegaron a la capital chiapaneca a probar suerte. Sus padres y sus hermanos recorren las calles tratado de vender algo. La familia procede de la zona Altos. Son indígenas.
La mamá y la hermana visten el atuendo regional. Los demás, no.
Dos autos se detuvieron para proteger y auxiliar al pequeño arrollado. El culpable huyó dejando al infante revolcándose de dolor.
Su llanto es desgarrador, conmovedor. “Dile algo para que se calme un poco”, le dice el paramédico de la Cruz Roja a la progenitora de Eleuterio, pero ésta mira desconcertada. No habla ni media palabra de español.
Al ver el copioso llanto del pequeño que en su lengua natal le pide ayuda, la mujer se limita a agacharse y tocar la frente del niño.
La camilla con el pequeño es subida a la ambulancia, la mujer sube y juntos se van hacia la clínica de la benemérita institución. Si la lesión lo amerita, de ahí será llevado al Pediátrico o al Gómez Maza.
La gente cree que el niño es un “cangurito”, pero en el lugar no se observó la cajita de dulces.
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