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martes, 28 de agosto de 2018

PERSONAJE / Corazón de oro que sangra y llora

  • Noé es un abuelo de 75 años, con siete nietos, tres hijos, pero nadie lo visita. Le duele y… llora.




A sus 75 años recuerda muy bien la dirección de la casa donde nació. El 2 de octubre de 1968 no lo olvida. Y aunque quisiera, no puede. Ese fue el peor terremoto emocional porque se fracturó su hogar. Fue condenado a la soledad y ahora llora en un rincón de su cuarto, en la Casa del Abuelo. “Todos me quieren, pero esto no compensa el amor de una esposa, hijos, familia”, dice.

El hombre come un bocado tras otro el pastel y el flan que le sirvieron, como si quisiera de este modo endulzar un poco su existencia desabrida, por falta de una familia, de un abrazo, de una visita.

Noé Esquinca Aguilar  nació un 10 de noviembre de 1943. Tiene 75 años. Vio la luz de este mundo en la casa marcada con el número 5 en la 4a. avenida Oriente de Arriaga. Hace 16 años que vino a Tuxtla y tras pasar 12 años en varios asilos, llegó hace cuatro años a la Casa del Abuelo.

“Me han tratado bien. Aquí la directora Ana María Aragón es muy buena.  Perdona nuestras torpezas, aguanta todo;  a veces hacemos tonterías”, dice.

Tras la pregunta obligada, Noé responde que no se casó, pero tiene nietos en Arriaga. “Sobrinos nietos, hijos de mi hermano mayor”, aclara.

-      ¿Lo visitan? -pregunta el reportero.

-      No, no saben donde estoy - Responde Noé. Y su ojo comienza a ponerse brilloso. No mira al comunicador.

Tras una pausa silenciosa y otro bocado de flan, exclama: “He sido muy apartado de la familia”.

Y así como evoca su lugar de nacimiento, mantiene fresca en la memoria el 2 de octubre del 68. “Tuve mi familia en el Distrito Federal.  Pero ese día tronó mi hogar. Me vine para acá;  un año en Arriaga, luego a San Cristóbal donde estudié en la Facultad de Derecho. Estudié cuatro semestres. No terminé.

Lo que sí terminó fue las dos relaciones en unión libre que tuvo en la Ciudad de México y Berriozábal, de donde nacieron dos hijos y una hija. No sabe nada de ellos, desde  hace 35 años que los vio por última vez.

“¿Por qué terminaron?”, se le pregunta. Sin mirar de frente, Noé medita como lo hace cada noche en la soledad  de su cuarto. “He cometido errores, mi familia fue muy buena, no  tengo nada que decir, me quisieron, me estimaron…”. Y    cuando está por llorar agrega: “a veces sin motivo se aparta uno de la familia”.

Ninguno de sus hijos o “nietos” lleva su nombre. “Tengo una costumbre de poner nombres raros:  Hermes,  Isis,  Afrodita,  Osiris  e Iris”.  Así se llaman los hijos de su hermano mayor.

Sin esperar la pregunta, Noé reitera: “me equivoqué muchas veces, pero se aprende de los errores. Tengo muchos amigos y amigas aquí, pero pega la tristeza, la nostalgia por la ausencia de la familia; eso no se puede  remediar, ni con mil amigos”. Se siente solo aun rodeado de gentes.

Noé quisiera enmendar el pasado, pero no puede volver el tiempo atrás.  Mientras da el ultimo bocado de su postre, mira al frente la lona que dice: “Dios te bendiga. Los abuelos tienen cabellos de plata y corazón de oro”.

Y ese dorado corazón, también de carne y ávido de afecto, no esconde su sed insaciable de amor filial, maternal y conyugal. Y ahora sí una discreta lágrima asoma mientras Noé dice que ha llorado varias veces en las noches, solo.

“Gracias a Dios estoy rodeado de buenas personas.  Dios bendiga a la presidenta Paty, a su esposo. También a usted”, dice. Se siente lleno por hoy. Recibió muchos abrazos.

Como despedida, manda un mensaje a los abuelitos:  “Alimentemos la esperanza de Dios en nuestras vidas”. A los jóvenes exhorta que sean perseverantes y que mediten antes de actuar, que no hagan cosas buenas que parezcan malas ni malas que parezcan buenas. Noé trata de sobrevivir al diluvio de la soledad, pero sucumbe al mar de sus lágrimas. “Nadie lo visita”, confirma la directora.

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